Por Carlos Fariello
Más de una vez me he referido al bar de Pablo Scaffo, que se llamaba en realidad “Sarandí ” y que por los tiempos de mi niñéz estaba en la esquina de Manuel Oribe (Sarandí) y Rubino (antes calle Paysandú).
Siempre lo llamé por el itálico apellido de su dueño.
En su interior en todas las paredes, como si se tratara de una exhibición perpetua, había decenas de fotografías prolijamente enmarcadas del Mago.
Cada vez que pasaba por allí con mi padre y se detenía, yo me asomaba y todas las blancas sonrisas de aquellos gardeles, asomando por debajo del gacho, me cautivaban.
Habituado a escucharlo por la radio hogareña aquellos retratos me permitieron conocer el rostro del cantor cuando todavía la televisión no había desembarcado en el barrio porque fue a través de ésta que vi algunas de sus películas.
El bar se parecía a un templo guardando la imagen de aquél que le puso las mejores melodías a la canción del arrabal.