Foto de Germán Sainz tomada el 9 de febrero de 1973.

Casi 50 años atrás, mirábamos desde el escenario con asombro y admiración el nacimiento de un sueño.

El amor por lo que se hace es fundamental en el éxito que pudiera obtenerse en cualquier campo del quehacer humano. Creo que por ahí pasa la supervivencia de nuestro evento. El pueblo le quiere, lo hizo suyo.

Más allá de las diferencias, de los cambios, es nuestro Festival que escribe una nueva página a partir de este viernes. Lo que sigue, escribíamos hace unos años y creo no haber perdido vigencia.

“Las palomas ojean desde la esfera que corona el Monumento a Colón, el trajinar incesante de la ciudad que palpita a los pies.
Desde tan envidiable altura, disfrutan el paisaje el pueblerino y mantienen un dialogo en silencio, quebrado por las campanadas del viejo reloj de la Iglesia.
Febrero comienza a desnudar sus días de soles destemplados y la brisa trae desde lejos el sonido casi sublime de las guitarras.
Por el sendero imaginario que el hombre fue tallando casi sin proponérselo, desde hace 50 años, llega hecho canción, otra vez el mensaje de la tierra americana.
La música ensaya un vuelo interminable, incomprensible, pero que se siente.
“La música no se hace, ni debe hacerse jamás, para que se comprenda, sino para que se sienta”.
La música es sinónimo de libertad, tiene pasión, es alimento del amor.
Y Durazno es el lugar.
El Festival es el motivo.
Estamos en él, en la magia siempre renovada de su convocatoria.
Para sentirnos hermanados, más allá de las fronteras que disponen los hombres.
Estamos aquí, como siempre, en el corazón del canto.”