Es muy común que algunos momentos de felicidad nos pasen desapercibidos y en realidad, somos más felices de lo que creemos. Hay pasiones que despiertan sentimientos de felicidad y satisfacción indescriptibles. Eso sucede con el fútbol.

El fútbol tiene ese “no sé qué” que provoca un sentimiento de representación único, que trasciende a los seguidores habituales y logra que gran parte de la sociedad lo perciba como un patrimonio.

La mañana de este viernes tuvo un despertar diferente para todos quienes hemos tenido la suerte de nacer uruguayos y que sentimos este amor tan genuino y verdadero que nos ha dado de las felicidades más profundas de nuestra vida.

Ganarle a Argentina campeón del mundo, en su propia casa no es poca cosa. Y como se le ganó, mezclando fútbol, táctica y la clásica entrega que muchos llaman garra. Lo más bello del fútbol es cuando los jugadores defienden su camiseta con amor, dedicación y entrega. Esa camiseta que los identifica y los une como equipo.

El futbolista uruguayo, de todas las épocas, pisa la cancha y se transforma y tranca, lucha, pone corazón en cada jugada y pierna fuerte si es necesario, sin fijarse que dice en cuanto a edad la cédula de identidad de su adversario como desafortunadamente quería Messi según sus declaraciones.

Este deporte es como una montaña rusa: es un sube y baja de emociones. Nervios, estrés, frustración, odio, enojo, ira, tristeza, lágrimas, excitación, emoción, felicidad, amor, pasión, alegría, sonrisas. Es una combinación de emociones durante todo el partido.

Y todo eso lo tuvo Uruguay en la noche de la “Bombonera”.