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Autor desconocido

Lo que implica ser político hoy

Alguna vez la política fue servicio. Hoy, en gran parte de América Latina, se ha transformado en un privilegio, disfrazado de vocación. Y en Uruguay, con sus formas moderadas y su institucionalismo casi folclórico, esa transformación fue silenciosa pero profunda.

Ser político en Uruguay no es solo ocupar un cargo: es acceder a una nueva clase social: La Nueva Nobleza. Un aristocrático club cerrado con grandes beneficios, que ya casi no representa a la gente: se representan a sí mismos.

Una clase con sueldos altos, asesores, viajes, fueros, partidas, jubilaciones especiales… y si forman parte de los partidos tradicionales o mayoritarios, gozan además de la capacidad de reciclarse de un cargo a otro in eternum… en muchos casos sin que se los haya votado directamente.

Porque Uruguay elige listas, no legisladores.

Y así entran nombres escondidos en listas sábanas que nadie leyó. Un sistema que no evalúa gestión, ni exige resultados sino que premia la lealtad partidaria.

No hay ranking. No hay sanciones. No hay responsabilidad. Se les paga por representar ciudadanos, pero juran lealtad al partido. No responden a quien los vota, sino a quien los acomoda.

Y si uno propone cambiar algo, las defensas se activan. Porque para cambiar el sistema hay que meterse (si te dejan). Y para entrar, hay que callar, acatar, ascender… hasta volverse parte del mecanismo que se quería desarmar.

Y más allá del poder y los privilegios a la vista, hay engranajes invisibles que lo mantienen todo aceitado. Uno de los más eficaces, como bien expone Roque García en un artículo, es el financiamiento partidario con sueldos públicos, que el MPP lleva al extremo: sus cargos deben entregar una parte fija de su salario al movimiento.

Una “donación” forzada, camuflada de compromiso ético, que en realidad es un sistema de recaudación permanente, y les garantiza (según estimaciones) más de cinco millones de dólares al año… con fondos del Estado. Todos lo financiamos.

Si… Vos también.

Así sostienen una maquinaria política, pagada por los contribuyentes, que coloniza el Estado con fidelidad en lugar de idoneidad. Llenándolo de militantes obedientes donde deberían estar los mejores técnicos.

La solución a todo esto? Reformar.

Con sentido común y coraje… Y que sean todos iguales ante la ley. Porque hoy, no lo son.

La política no puede seguir siendo un negocio con fueros. Tiene que volver a ser un servicio… y con consecuencias reales para quienes faltan a la confianza del pueblo.

Quizás entonces, y solo entonces, dejemos de tener una nobleza blindada… y volvamos a tener una República de verdad.

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