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Nacemos para morir. La vida siempre tiene fecha de caducidad y el tiempo, su aliado más fiel, ratifica de forma inexorable esta realidad. Sin embargo, aunque todos hemos de morir, algunas muertes nos parecen más injustas, casi crueles.

Hoy fue un colega, periodista de profesión, diría más: periodista de alma.

Miguel Antonio  Nell falleció en su ciudad natal, Sarandí del Yi y con ello, se apaga una voz que supo ser todas las voces.

Amaba su profesión como pocos.

No fue la universidad la que hizo de él una gran profesional, como no lo fueron  los prestigiosos medios de comunicación – los que moldearon su personalidad  de  periodista, porque permaneció en su querida ciudad gozando y sufriendo en la tarea de informar.

Su carrera la fue haciendo día a día, con su trabajo, su esfuerzo, constancia y voluntad investigando los temas y escribiendo con las palabras lo que sus ojos veían  y su  corazón escuchaba.

Y si bien la salud le cobró cuentas muy tempranamente, nunca cesó en las distintas facetas de su trabajo y en la defensa a ultranza de Sarandí del Yi.

Nos duele su muerte porque es uno de los nuestros el que parte y porque sabemos que, aun los que le combatieron, reconocerán  que con él se va el gordo bonachón, periodista de siempre, profundamente humano.

Hasta siempre querido amigo.