Su vida fue una lección de humildad y perseverancia.
La noticia de la muerte en las últimas horas de María de los Santos (84), repercute más allá del lugar físico donde vivió y al cual se entregó por entera
María crio sus hijos con amor y desparramó otro tanto entre niños de su Villa Guadalupe.
Le conocimos desde el comienzo mismo de su tarea, silenciosa a veces y otras no tanto, pero irradiando humildad, cualidad con la que derrumbó muchas dificultades y logró que ella y su entorno se sintieran vistos, escuchados y aceptados tal como eran.
Las personas verdaderamente humildes −no las que solo buscan parecerlo− pueden regalar este don a los demás porque también son capaces de ver y aceptar sus fortalezas y limitaciones, sin juzgarse ni ponerse a la defensiva.
La vida es una lección de humildad, pero solamente para aquellos que saben reconocer que, ante la realidad de nuestras limitaciones, seguir esforzándose por lograr los objetivos es una tarea permanente. Y María supo escribir durante años una historia propia, de hondo contenido social, de generosidad y solidaridad.
Su muerte duele claro, pero sería importante que no se apague su luz de perseverancia y amor, para iluminar el camino de quienes aprendieron de ella, que la grandeza no se mide por la cantidad de dinero que se tenga en el bolsillo y que su ejemplo nos lleve a valorar el trabajo como un verdadero modo de servir a los demás pensando en el prójimo y brindándole nuestro amor.