El libro es irreemplazable, porque cada libro es una nueva esperanza

Una cultura viva es una cultura que crea, porque la vitalidad de una cultura no se juzga sólo por la pujanza de sus raíces y tronco, sino, sobre todo, por el vigor de sus ramas y tallos jóvenes. Precisamente son los libros los principales tallos jóvenes y prometedores de una cultura viva y pujante.

Lo cierto es que la civilización de lo escrito, encarnada en el libro, guarda hoy todo su valor y toda su vitalidad. Sin embargo, el libro sigue siendo el gran olvidado de las políticas culturales de muchos países, pese al prodigioso hecho de las bibliotecas y la progresiva omnipresencia del libro.

El libro, como «bien común» del hombre universal e instrumento inigualable para la participación activa de cada uno en la vida del espíritu, resulta, hoy como ayer, del todo irreemplazable porque cada libro es una nueva esperanza.

Por todo ello, el libro es, por excelencia, el utensilio esencial del trabajo individual: informador constante y siempre disponible. Compañero fiel de la búsqueda personal a través del tesoro colectivo acumulado del saber y de la sabiduría de las generaciones pasadas. Basta observar cómo cada libro se abre sólo, como una flor en plenitud, en los pasajes ya leídos y plenamente saboreados.

Por todo ello, yo te saludo, libro, expresión tangible de lo mejor del espíritu creador de los hombres. Alarde de la imaginación tanto del autor como del lector, el libro es compendio del conocimiento: del autor ensoñador de vivencias, del científico innovador audaz o comunicador de conocimientos recreados; así como del lector de ojos fascinados, con mente abierta y con la adhesión de un corazón tantas veces exaltado.

El libro es incluso conquistador en busca del lector, hasta lograr penetrar en el baluarte de su corazón y de su mente, para desde allí extender su influencia hacia las muchedumbres gracias al diálogo y al debate.

Poder del saber, el libro es aportación a la cultura, a la ciencia, a la tecnología, al desarrollo, a la educación o al simple divertimento del lector o es nada. Más aún: o es novedad o es mediocridad, cuando no plagio, y en tal caso, «contaminación cultural» que amenaza el espíritu, para convertirse en pecado más grave y reprensible incluso que la contaminación medioambiental, que tan sólo amenaza la vida del cuerpo.

El libro es lenguaje, es decir, pensamiento de su creador, de su autor. Por ello es un error imperdonable llamar objeto al libro, que está ahí, disponible siempre, calladamente discreto, vistoso y atractivo, cada vez más (incluso sensual a veces), con su olor de papel y tintas, y con tacto grato para darse plenamente en lectura. El libro se hace participación e interacción con cada mujer y con cada hombre que lo toma en sus manos.

Y yo te saludo, también a ti lectura, reflexión serena y profunda de los grandes saberes, ensueños, meditaciones y caprichos.

El propio gesto de abrir un libro sea el más parecido al propio de una oración y que la lectura sea una actividad individual, íntima, casi secreta.

Desde que osamos traspasar la cubierta de un libro y viajar por sus laberintos hasta que cerramos las tapas, a menudo somos felices por tan bello encuentro, aunque no pocas veces quedamos desasosegados debido a la despedida final, aún no deseada.

 

Autor: Ricardo Díez Hochleitner es presidente de honor del Club de Roma