Cuando llegamos al hall de la Sala Zitarrosa, la estatuilla del “Charrúa de Oro Juan Morra” estaba allí, como recibiendo al público que llegaba a ver el espectáculo.

Cuando Anita comenzó su recital, la obra hoy de la autoría del escultor Juan Despaux, tenía un lugar preponderante en el escenario. Y cuando el show terminaba, entre vítores y aplausos, Anita se sentó junto al preciado trofeo, cantó una de sus canciones y le besó en un gesto de ternura, admiración y agradecimiento que realmente nos conmovió.

Creo que esa imagen es la más justa explicación que enlaza a través del tiempo, la idea creadora de Juan Morra allá por el 74, la tarea de muchas Comisiones Organizadoras durante décadas para jerarquizar la estatuilla y la importancia que esta tiene para los artistas que la reciben.

Y pienso a la vez que este gesto sincero de la joven artista laureada en el último Festival, debe ser motivo de reflexión para quienes desde hace unos años tienen la responsabilidad organizativa del principal evento del país en su género.

Asignar un “Charrúa de Oro” no debería ser una suma de puntos solamente, que le saca parte de esa responsabilidad a la Comisión, pero que le resta el criterio histórico de cientos de duraznense que la han integrado, de que ese premio, el más importante que se otorga en el Uruguay a un artista, quede en manos de quienes le valoren realmente, que caminen con él y que el propio Festival vaya prendido a ese recorrido.

La joven cantante con raíces carmenses, ha iniciado con el recital del sábado 1º de setiembre, una gira por todo el país.

Todo el Uruguay recibirá sus canciones, su simpatía contagiante y su mensaje de agradecimiento a Durazno y su Festival.

Para Anita Valiente, el “Charrúa de Oro” ha sido fundamental para afirmar una carrera que ya asomaba con grandes posibilidades de éxito. Y por eso la estatuilla se ha convertido en parte de ella misma. Va con ella a todas partes y el Festival de Durazno le acompaña.

Como se pensó hace más de 40 años. Como debería ser.