MOTO-WILLY

 

En los medios y en las redes sociales, el tema este lunes es el de los desmanes en velocidad y ruidos, de los motonetístas en las calles de la ciudad este pasado fin de semana. Lo que sigue, escribíamos en enero del 2017 y nos permitimos publicarlo aquí, porque parece tener aún vigencia.

Había una vez una Ciudad, en la que los buenos vivían tranquilos y felices; disfrutando de su trabajo, de sus ganancias y de sus logros. Una Ciudad en la que los que andaban derechos por la vida salían a la calle sin miedo, en donde los niños jugaban en la vereda.
En esa Ciudad no todos eran buenos, como suele pasar había algunos que no respetaban a los otros; que intentaban robarle a los que trabajaban y adueñarse de las calles.
Pero en esa Ciudad las reglas eran claras y se aplicaban. Los buenos disfrutaban de su libertad y los malos cumplían con su castigo. Esto funcionaba así porque los correctos, los hombres de a pie, ocupaban los espacios y los cargos de todas las instituciones, desde el centro hasta los cargos más encumbrados.

Pasaron los años y los buenos dejaron de inmiscuirse en este tipo de asuntos, quizá pensaron que las instituciones podían funcionar bien por sí mismas o que, seguramente, algunos que se decían profesionales de la política debían ser más aptos para esos roles y, por lo tanto, debían estar a cargo.
Cuesta abajo
Lo cierto es que lentamente cambiaron las cosas, los niños dejaron de jugar en las calles, las noches comenzaron a ser inseguras, en las casas se dejaron de considerar a las rejas como un adorno para ser un resguardo, se sumaron alarmas, guardias de seguridad etc.
Así fuimos cambiando hasta llegar a lo que vivimos en estos tiempos, cuando aquel que trabaja no puede sentirse orgulloso de sus logros y de sus adquisiciones, debe cuidarse de mostrar sus propiedades, debe justificarse y casi pedir perdón por tener dinero, como si eso fuese un pecado. Debe pagar cada vez más y más impuestos para ser solidario con los que menos tienen, no importa si estos trabajan o procuran trabajar, incluso debe pedir perdón porque seguramente su egoísmo y falta de consideración les quitó oportunidades a aquellos que viven de la dádiva o del robo, o de ambos.
Los niños no pueden ir caminando a la escuela porque ganaron los violentos y corren el riesgo que una moto en una rueda, les pase por arriba en cualquier lugar de la Ciudad, nos encerramos a cal y canto en nuestras casas porque ganaron los violentos y lo que es peor,  callamos por miedo a los violentos.

¿Seguiremos retrocediendo empujados por los inadaptados?

¿Cómo  salimos de esta trampa?

Ya probamos con los políticos profesionales, los sindicalistas profesionales y los burócratas profesionales y el resultado es el que tenemos a la vista.

Creímos y seguimos a líderes mesiánicos que nos prometieron soluciones casi mágicas y ya conocemos como termina ese camino.

Recuperar lo perdido

Solo nos queda un camino. Recuperar los espacios que cedimos. Desde el club del barrio, desde la biblioteca comunitaria, desde un puesto frente a un aula; hasta los sindicatos, los cargos públicos y la dirección de las instituciones. Basta de hipocresías políticamente correctas, recuperemos el sentido común, que es lo único que nos hará grandes.

Un puñado de inadaptados a los que les sobra una rueda en sus motos, no pueden ser los dueños de las calles y el resto, espectadores asustados, indignados y obligados a cambiar sus costumbres de disfrutar de lo hermoso de la ciudad, para refugiarse en sus casas.

No nos podemos rendir, y si lo hacemos no tenemos derecho a quejarnos. Quienes tienen el gobierno en sus distintas áreas no pueden rendirse porque sería no animarse a defender lo que nos legaron nuestros mayores.

Quizá los violentos y los inadaptados nos venzan; pero si no los desafiamos no podremos mirar a nuestros hijos a los ojos sin sentir vergüenza, porque nuestros hijos entenderán si los enfrentamos y somos derrotados; pero no nos perdonarán, ni nosotros tampoco nos perdonaríamos, si no damos la batalla.

Jesús Correa