El eterno castigo
Aunque nada es eterno y mucho menos la felicidad, pareciera que el dolor no puede separarse del hombre, que es imprescindible que sufra y reciba castigo sin poder escapar.
Cuando el río crece demasiado, la creciente vuelve a amenazar con el viejo dolor de la inundación y muchos saben que pronto o más tarde, tendrán que abandonar sus hogares, en muchos casos, casas construidas con sus propias manos con mucho esfuerzo.
Y no tienen ningún medio de remediarlo y deben apurarse a evacuar, bajo el riesgo de perderlo todo.
Muchos han nacido y vivido siempre en sus orillas. El río, el hermano río compadre de tantas vicisitudes y alegrías, vuelve a sacar su puñal dándole una puñalada a la esperanza. La mano del destino golpea nuevamente el rostro indefenso de la gente humilde.
Y todos miran sus aguas y parecen querer frenarlo mientras también quieren parar la lluvia.
Ojalá que las aguas se detengan para que al dolor y la solidaridad le sustituyan y así poder seguir viviendo en el lugar que se eligió para hacerlo.
Por Jesús Carlos Correa