La denuncia del vandalismo urbano, bien sea por repetitiva o por la carga de necesaria reconvención ética que conlleva, sitúa al columnista en un umbral de intensidad poco recomendable, pues corre el riesgo de ponerse estupendo al tercer párrafo.

Y no es lo que pretendo, pero como comunicadores, creo que se nos pasa el tiempo y la oportunidad,  si no nos paramos un momento a decir que aquí vivimos muchas más personas normales que descerebrados con tendencia al destrozo.

Así que lo siento, pero debo lamentar que, en las últimas semanas, se ha destrozado el trabajo efectuado con mucho sacrificio por dirigentes y allegados de Wanderers, en su cancha de la avenida Aldama.

Créanme que, para romper varias columnas de hormigón, y en diversas oportunidades, se requiere mucha mala voluntad en grandes cantidades.

Y reitero, lo hicieron tres o cuatro veces.

Como siempre, se me escapa el motivo o razón que alguien pueda tener para dedicarse a romper las cosas que otros hacen.

Esta gentuza no se para a reflexionar sobre las tonterías que hacen hasta que las noticias surgen en los medios, para reírse y vanagloriarse un rato por lo que hicieron y ponerse a pensar cuando lo harían de nuevo.

Y ante estos hechos consumados, la pregunta ¿nadie los ve?

En nuestra comunidad donde escasea la gente que dedique tiempo a trabajar por los demás,  nos debería indignar tanto como nos subleva, no conocer estos también coterráneos que siguen sin problema,  dejando testimonio de su discapacidad social.