Violencia en el fútbol, responsabilidad de todos.

Foto meramente ilustrrativa.

Existen en general dos posturas bien marcadas en referencia a la violencia en los espectáculos deportivos.

    Están quienes dicen que por el hecho de vivir en una sociedad violenta, y siendo el fútbol parte integrante de dicha sociedad, es imposible que la violencia no se manifieste en el deporte más popular de nuestro país.

Por otro lado, cada vez que hay algún hecho violento en una cancha, se alzan algunas voces, pidiendo que se pare el fútbol, creyendo que de esa manera se detendrán los hechos vandálicos, sin comprender la poli causalidad presente para que ello ocurra.

Quizás se podría hacer un análisis, tomando como eje los cambios culturales y sociales, o que los objetivos deportivos han quedado supeditados a otros intereses, que hoy no se puede regalar nada, etc., pero creo que sería una observación parcial.

Además, y luego de más de 50 años de concurrir a canchas de fútbol, estoy convencido que hay también una violencia del fútbol, y que es dicho deporte con todos sus actores, quienes deberían asumir sus responsabilidades, y modificar su accionar.

  Un factor a tener en cuenta, somos los medios de comunicación, si bien con una implicancia menor.

A veces por su multiplicación y/o sentido de la oportunidad, terminamos asumiendo un papel trascendental, en determinado sector asistente al fútbol, que por el sólo hecho de que lo escuchó en la radio, o lo vio en la televisión, o lo leyó, lo incorpora como una verdad incuestionable. Entonces si uno oye a un relator televisivo muy conocido decir que el segundo es el primero de los fracasados, o a algún colega suyo opinar que determinado árbitro «no puede dirigir más», es posible que, sin proponérselo, contribuyan a fomentar la violencia.

Quisiera ahora, llamar la atención sobre otro factor que creo, contribuye a la generación, o activación de la violencia en los espectáculos deportivos. Si bien es cierto que desde bastante tiempo atrás, se les pide a los futbolistas que no gesticulen, o hagan ademanes que puedan incitar a la respuesta violenta de los espectadores (con resultados dispares), hay otro aspecto que quiero remarcar.

No recuerdo bien cuando comenzó a variar el comportamiento de los futbolistas dentro de una cancha, pero la verdad es que hoy da vergüenza ajena ver a un deportista correr 40 ó 50 metros detrás de un árbitro, para pedirle que amoneste o expulse a un rival, o cuando reciben un golpe del competidor, por más leve que sea, la mayoría se revuelca, hace gestos y muecas de dolor, que a los que estamos observando el encuentro nos hace pensar, que han sufrido, algún tipo de fractura, y pese a que el jugador, cuando el contrincante es sancionado, se levanta y sigue jugando como si nada hubiera ocurrido, dicho tipo de conducta, puede generar o activar hechos violentos, en los espectadores.

A los que fuimos niños en los ’60, y adolescentes en los ’70, y jugar al fútbol, aunque sea en un «picadito» formaba parte indivisible de nuestras ocupaciones diarias, nadie nos enseñó, pero todos lo sabíamos, que cuando a uno le pegaban una patada, empujón, o lo que fuera, pero con la pelota de por medio, había que aguantársela, y seguir jugando; distinto era si la patada venía de atrás, o si la infracción era un codazo intencionado; para nosotros, los de entonces, eso era de «mala leche», y se arreglaba de diferente manera y en otro ámbito, y seguramente nos habrían dicho que éramos llorones si nos hubieran visto perseguir a un juez deportivo con algún reclamo de esa naturaleza.

Hoy los protagonistas actuales, esgrimen que no pueden dar ninguna ventaja, cómo si dicho argumento tuviera suficiente sustento, para sostener una conducta a todas luces reprochable. Y tienen para ello el dejar hacer, el mirar para otro lado de los jueces o el veedor que, como en el partido Wanderers y el equipo de Mariscala, presenció como un técnico hacia gestos obscenos hacia la tribuna a solo tres pasos de él, sin intervenir o denunciar como corresponde.

Y el otro gran tema es la gente, el público.

He escuchado desde mi posición generalmente de fotógrafo en la cancha, los gritos de insultos, palabras soeces, alusiones provocativas hacia los jugadores y los jueces, mientras diferentes agentes del orden también lo escuchan, pero no intervienen, cuando su tarea debería ser otra.

Vi el pasado fin de semana como una mujer de un equipo visitante, le daba una cachetada a un menor de 12 años que no coincidía con su hijo en los comentarios sobre el desarrollo del partido…

A modo de síntesis, creo que hasta que cada uno de los sectores involucrados en nuestro fútbol, no asuma su cuota de responsabilidad, el espanto que se produce casi invariablemente  los fines de semana, seguirá renovándose, del mismo modo que nuestra capacidad de asombro irá descendiendo.