Dia-periodista

Se recuerda hoy el «DIA DEL PERIODISTA DEL URUGUAY»

 

Por Jesús Carlos Correa

En la era de Internet y las redes sociales, suele decirse, “cualquiera puede ser periodista” o “cualquiera puede hacer periodismo”, si se prefiere.

Así en frío, y a primera vista, el señalamiento puede pasar por verdad porque hasta suena lógico. Pero sólo suena lógico y puede pasar por verdad si, en nuestra concepción, para “hacer periodismo” basta la simple colocación en nuestros muros de Facebook ,o en Twitter, o en los grupos de Whatsapp a los cuales pertenecemos,  de presuntas “noticias”.

Para decirlo más claro aún: la afirmación anterior es cierta solamente si nos suscribimos a la idea según la cual el periodismo carece de reglas y es apenas un ejercicio de voluntarismo: “publico, luego soy periodista”, para ponerlo en palabras del inmortal Descartes.

Nada más alejado de la realidad: el periodismo es un oficio cuya ejecución requiere del apego a reglas estrictas, característica de la cual depende la posibilidad de considerarlo un elemento relevante de la democracia. Más importante aún: el alejamiento de tales reglas pone en peligro no solamente al periodismo, sino a la democracia misma.

El periodismo es, además, un ejercicio impensable al margen de un código de ética cuya piedra angular es –y hay pocas discrepancias al respecto en el mundo periodístico– la búsqueda de la verdad.

Por supuesto, en cuanto se determina el propósito surge el problema, pues entonces debe clarificarse cómo se distingue la verdad, cómo le hacemos para saber cuándo estamos ante una afirmación verdadera y cuándo ante una a la cual no debe dársela crédito.

¿Cómo se distinguen los hechos verdaderos de los no verdaderos? Complicada cuestión para la cual el periodismo tiene una respuesta simple pero efectiva: en primerísimo lugar, dudando.

En otras palabras, el periodismo –el verdadero periodismo– se funda en la obligación autoimpuesta del periodista de verificar los hechos antes de difundirlos, porque tiene claro un principio: a una sociedad democrática le hace mucho daño la circulación de noticias falsas.

Un acto simple, elemental, fundamental, crítico: verificar los hechos.
¿Y cómo se verifican los hechos? Otra compleja pregunta para la cual el periodismo tiene una respuesta simple: consultando las fuentes y distinguiendo entre éstas, a las confiables.

Este aspecto, vinculado al anterior, explica bien la diferencia entre “hacer periodismo” y simplemente servir de megáfono, es decir, jugar el papel de tonto útil al servicio de los intereses de quienes se dedican a la propagación de información falsa cuyo propósito es manipularnos.

El periodista –o quien pretende pasar por periodista– no es –no puede ser– la fuente de la información, sino solamente el vehículo a través del cual ésta llega al público. Para decirlo con más claridad: la información no se da por cierta porque determinado periodista la dice, sino porque ese periodista la difunde con rigor.

Revise usted su muro de Facebook; échele una mirada crítica a la “información” compartida en sus grupos de Whatsapp: ¿cuántas de las “noticias” colgadas allí provienen realmente de fuentes confiables?

¿Cuántas de esas “noticias” fueron sometidas al proceso indispensable de verificación antes de ser “posteadas” por los entusiastas “periodistas” de las redes sociales?

No: el hecho de poder multiplicar nuestra voz gracias al internet y a la ubicua presencia de las redes sociales no equivale a convertirnos a todos en periodistas y, menos aún, a la posibilidad de considerar socialmente útil la “proactividad periodística” de quien se dedica todo el día a “informarnos de las últimas noticias”. Eso no es periodismo.

Cuando mucho, y en un acto de benevolencia, podría clasificarse de ingenuidad.