cumple durazno

Durazno conmemora este 12 de octubre, 198 años de su fundación.

Enamorados de esta tierra, de sus paisajes, su rio, sus lugares históricos, recibimos con emoción este nuevo aniversario, y para nuestros coterráneos, los que están aquí y para los que permanecen lejos, nos permitimos compartir un poema que, Eduardo Moreno, poeta nacido en Durazno pero que vivió toda su vida alejado de la capital del Yi, escribiera hace unos años.

Cuando imaginario vuelo
inicia la fantasía,
sobre la melancolía
incurable y gris del cielo,
suele visitar mi anhelo
antiguas reminiscencias,
y recopilando ausencias
siento más cerca el solar,
primitivo y titular
sin émulos ni suplencias.

La patria es la tierra entera,
continente y universo.
Universal es el verso
como la terráquea esfera.
Sólo impone una frontera
instintiva el sentimiento,
erigiendo un monumento
que guarda –como un vigía—
la emotiva geografía
del lugar de nacimiento.

Cual la alfombra voladora 
de cuentos persas o hindúes,
me acerca sauces y ombúes,
llano y sierra, fauna y flora;
al Yí viajero de otrora,
a mis ansias juveniles,
a los ímpetus febriles
que maduró la Guayreña,
y a la quietud ribereña
del Puerto de los Barriles.

Al azul Yí, en cuya orilla
agreste y primaveral,
una estela inaugural
fijó Delgado y Melilla.
Plaza Artigas, la Amarilla,
rumbo a las coplas fluviales
que canta el Yí, entre sauzales,
y que copió su caudal
en la guitarra oriental
de Telémaco Morales.

Te recuerdo, tierra mía
porque en mi niñez inquieta 
soñaba con ser poeta 
para cantarte algún dia.
Bajo tu amparo y tu guia
nacieron los versos míos,
en el sol de los estíos
que sangra tus horizontes, 
en el verdor de tus montes 
y en el azul de tus ríos.

Jamás he aspirado a tanto.
Nunca fui lingote de oro,
para que aplaudan a coro
los destellos de mi canto.
A Durazno nombro, en cuanto
lugar me dispensa abrigo.
No niego a extraño o amigo
dónde se inició mi vida,
y, aunque a ocasiones me olvida,
Durazno viaja conmigo.

¡Qué hermoso es vivir su calma!.
Decir ¡Cómo el mío, ninguno!,
llevando el pago con uno
en la geografía del alma.
Aunque un elogio, una palma,
gratifiquen mi carrera,
no hay emoción más sincera
que algún retorno imprevisto
a ese solar donde he visto
el mundo por vez primera.

Son tus prados, verdes tules,
y mi pago el propio pago,
de Reyles y De Santiago,
Silva Valdez y Regules. 
Bajo tus cielos azules
viboreando como un lazo,
cuando el sol marcha al ocaso
muestra el Yí límpidos cauces, 
y en reverencia los sauces
se inclinan ante su paso.

Durazno, cuando consuelo
ya no encuentre a mi penar,
si hay Dios le voy a rogar
que oriente un último vuelo,
hacia ese bendito suelo
–el de mi primer halago—
y en tanto el destino aciago
apague mi última estrella,
junto a mi madre, con ella,
quiero morir en mi pago.

Eduardo Moreno Tórtora.