El corazón del canto
Cuando el Yi en sus montes, destila aroma de pitangas y sus aguas juegan cadenciosamente con la arena y los flecos de sus sauces llorones.
Cuando la luna espera sin prisa los atardeceres, para pintar su redondez de plata en la tela del río, surge de pronto, envolviendo el paisaje, el sonar inigualable de una guitarra.
Basta una nota, un solo golpe en las tensadas cuerdas, para que la magia se produzca.
Durazno abre su corazón poético y musical y estira sus brazos abiertos convocando a las voces de la tierra.
Y respondiendo a ese llamado, como un rito sagrado que se repite inexorablemente en cada febrero, se descuelgan desde los cuatro vientos, los clásicos juglares de América.
El paisaje, la música y el canto completan la trilogía ideal y el reencuentro, en su máxima expresión, se hace posible.
El Pueblo, particular testigo de este murmullo mágico que rompe mil silencios, se acomoda y escucha.
San Pedro del Durazno canta, ríe y sueña.
Es el Festival que llega.
Como ayer.
Como siempre.
Por Jesús Carlos Correa