Lo dijo Vidalin
Ampliamos la información adelantada esta mañana.
En un mensaje distinto el Intendente Lic. Carmelo Vidalín apeló a las raíces en el discurso conmemorativo del centésimo nonagésimo séptimo aniversario de la Fundación de Durazno
Las condiciones meteorológicas adversas obligaron a la cancelación del acto patrio y desfile cívico militar previsto para la mañana de hoy en conmemoración del aniversario 526 del descubrimiento de América, 197 de la fundación de Durazno y 193 de la batalla de Sarandí.
Teniendo en cuenta que es en esta fecha que el Intendente de Durazno se dirige a la población haciendo referencia a la efemérides como así también a los aspectos de la vida de nuestro departamento, esta mañana en la sala de conferencias Valentín Arias , con la presencia de autoridades civiles , militares , policiales y medios de prensa, el Intendente Lic. Carmelo Vidalín dio lectura al mensaje que tenía previsto entregar en el acto a desarrollarse en plaza Independencia.
En su alocución, el jefe comunal apeló a las raíces, haciendo referencia a la importancia del legado que han dejado en nuestro departamento las diferentes colectividades de inmigrantes «Estimados vecinos; en apenas tres años los duraznenses estaremos reunidos, seguramente en la Plaza Independencia, para recordar los 200 años del inicio del proceso fundacional de nuestro Durazno. Festejaremos entonces el cumpleaños de nuestra Casa Grande, porque, un pueblo, una Villa o una Ciudad no es más que la ampliación de nuestra casa, donde desarrollamos nuestra vida, nuestras aspiraciones y sueños. Donde viven nuestros familiares y nuestros amigos.
En ese transcurrir de casi dos siglos nuestro Durazno ha pasado por distintos momentos, distintas etapas. Cada una ha tenido sus protagonistas, sus ideales, sus desafíos a vencer y cada uno logró cosas que se plasmaron en realizaciones. Realizaciones que en gran medida todavía están entre nosotros – sean de carácter tangible o intangible – y nos beneficiamos todos de ella.
Por eso es importante, en nuestras agitadas vidas, tener momentos para detenernos a mirar lo que poseemos colectivamente, lo que nos rodea en el lugar en que vivimos -en este caso Durazno – para valorar ese legado que viene de generaciones anteriores.
Hoy no voy a referirme a los tiempos en que nacía la Patria y Fructuoso Rivera, en 1821, fundaba la Villa del Durazno para darle un lugar de refugio a los que él denominó «los huérfanos de la Patria». Tampoco voy a referirme a cuando en 1825, en un día como hoy, llegaban a esta tierra los emisarios del Gral. Juan A. Lavalleja gritando a viva voz «viva la Patria!!», Viva la Patria!!», anunciando así que en el cercano campo de batalla del arroyo Sarandí los orientales habían triunfado sobre los brasileños, obteniendo una victoria que sellaría nuestra independencia.
Hoy quiero detenerme en otra época, en otros años. Quiero poner mi vista y mi corazón – e invitar a ustedes también a hacerlo – en el tiempo en que llegaron nuestros abuelos los inmigrantes europeos a estas tierras, a esta Villa del Durazno que era una muy pequeña población en el medio del territorio del Uruguay. Quiero que recordemos cuando a partir de las décadas de 1860 y 1870 comenzaron a llegar en gran cantidad españoles, italianos, franceses. También algunos ingleses y alemanes. Después, más cerca del 900 les tocó arribar a los libaneses y sirios y algún tiempo después varias familias judías.
Eran hombres y mujeres jóvenes. No traían dinero. Sí venían con hijos pequeños y otros nacerían aquí. Traían algún baúl o valija con pocas pertenencias. Pero venían cargados de sueños y una enorme voluntad para salir adelante.
Europa, el Viejo Mundo, los expulsaba, por las guerras, por las luchas políticas pero, sobre todo, por la escasez de trabajo, de comida, porque España, Italia y otras regiones eran tierras con exceso de población. Familias muy numerosas que debían aceptar que sus hijos cruzaran el Atlántico para labrarse un destino mucho mejor.
Y venían a estas tierras del Nuevo Mundo con el sueño de «hacerse la América» como se solía decir. Pero no vinieron solo por unos años y regresaron. Claro, algunos lo hicieron. Pero la enorme mayoría se quedó, echaron raíces.
Nacieron raíces económicas, pues la gran mayoría lograron el éxito como productores rurales, comerciantes, chacreros, artesanos, transportistas, docentes, profesionales y tantos otros trabajos más. Trabajaron sin límite, sin medir horarios, ahorrando mucho. Casi todos tenemos en nuestras familias anécdotas de cómo nuestros abuelos lograron alcanzar una posición de bienestar gracias a esa inmensa voluntad de trabajar siempre mientras las fuerzas lo permitieran.
Nacieron raíces familiares. Muchos vinieron casados, como dije, pero otros encontraron su compañera o compañero aquí, en América, en Durazno. Y aquí nacieron sus hijos y sus nietos. Entonces no pensaron nunca más en volver a su tierra natal europea.
Nacieron raíces comunitarias. Estos inmigrantes no triunfaron solos, lo hicieron porque trabajaron de forma unida, colectiva, primero con los de su misma nación y después con todos los residentes aquí. Los españoles, los italianos, los franceses, los sirios y libaneses se unieron para darse ayuda mutua. Para asistirse en la enfermedad o cuando un integrante fallecía; para conseguir trabajo; para socorrerlo económicamente si era necesario. También para vencer juntos la nostalgia por la Patria que se había abandonado en algún momento, y entonces se reunían para comer, danzar y festejar a la usanza de cada país de origen.
Pero esa acción comunitaria siempre benefició directa o indirectamente a todos los duraznenses.
Recorramos nuestra ciudad. A tres cuadras de aquí hace una semana tuvimos la dicha de volver a abrir y disfrutar del excelente Teatro Español, legado inmenso que nos dejó la colectividad española hace más de un siglo. Allí está, abierto, rejuvenecido, para vivir otros cien o más años y luciendo en su frente el escudo de España.
A pocas cuadras tenemos la Sociedad Italiana. Felizmente todavía abierta, pues los descendientes de la nación itálica (bisnietos, tataranietos de aquéllos primeros inmigrantes) sienten el compromiso que viene de la sangre para mantenerla en actividad. ¡Cuánto le dio la colectividad italiana a Durazno! Pensemos en apellidos como los de Penza, Rubino, Grosso, Evangelisti, Zagnoli, Scaffo o Navatta, sólo por nombrar algunos.
Frente a Sala Lavalleja, la remozada y nuevamente en actividad sede de la Sociedad Sirio Libanesa. Uno de los últimos colectivos de inmigrantes que llegaron a nuestra tierra. Varios de ellos primero recorrieron las estancias con la venta ambulante. Luego se establecieron en la ciudad, fundando exitosas casas comerciales y otros emprendimientos económicos que han contribuido y contribuyen decididamente al progreso de nuestra ciudad y departamento.
Finalmente, en nuestra Plaza Independencia, el símbolo máximo de este Durazno de los inmigrantes: el Monumento a Cristóbal Colón. TODOS los inmigrantes de Durazno – o lo hijos de ellos – se unieron en aquél 1892 para rendir homenaje a la hazaña del Gran Navegante. Sucedía que todos en cierto modo, habían realizado lo mismo que Colón: habían cruzado el Atlántico buscando una ansiada Tierra de Oportunidades. Y aquí la habían encontrado. Hoy estamos transitando un nuevo siglo. Hay muchas señales que nos indican que podemos volver a ser una Tierra de Oportunidades. Estamos recibiendo Inmigrantes nuevamente. Podemos pasar de ser una tierra expulsora de gente a una que reciba inmigrantes de forma creciente. Ojalá sea así.
Trabajamos para que los duraznenses, en primer lugar, no tengan que emigrar, para que puedan encontrar un destino en esta tierra. Para eso tratamos de que nuestra ciudad y departamento mejore, se supere, progrese en todos los órdenes. Y por eso estimulamos las más diversas iniciativas y, en especial, a la gente joven y su creatividad.
Pero las grandes cosas no caen del cielo ni se mantienen solas. Se lograrán si colectivamente tomamos el ejemplo de las generaciones que nos precedieron y nos han dejado tanto. Especialmente de esos inmigrantes laboriosos que trabajaron denodadamente para que sus familias y su ciudad progresaran. Y las conservaremos (que también cuesta mucho) si actuamos igual, con empeño y positivismo.
Estos abuelos inmigrantes construyeron grandes y perdurables cosas sobre unos vigorosos cimientos llamados: trabajo , voluntad, responsabilidad y solidaridad. Y esos cimientos son siempre insoslayables. Tomemos el ejemplo, no hay atajos para lograrlo» concluyó.