100 años del poeta que nació y murió en su rio.


Víctor Lima nació cerca de un río, el Uruguay, que también daba nombre a la calle céntrica salteña en la que vivió sus primeros años, enfrente al hogar donde otro de los escritores más ilustres de la ciudad del litoral, Horacio Quiroga, había pasado su infancia y juventud.
Poeta, cantante, docente, buscavidas y autor itinerante, Lima se convertiría a lo largo de su vida en una referencia del arte uruguayo, en influenciador y colaborador de figuras de la poesía y la música nacional, pero también en un nombre a veces oculto y eclipsado dentro del canon criollo (en parte por voluntad propia), en una trayectoria y una historia personal marcada por los ríos.
Lima nació hace exactamente cien años, el 16 de junio de 1921, razón por la que, a partir de hoy el Ministerio de Educación y Cultura, a través del Instituto Nacional de Música, junto a las intendencias de Treinta y Tres y Salto, realizan una serie de actividades en homenaje al poeta, entre las que se destacan el anuncio de una convocatoria de canciones para concursar por un premio especial, así como distintos talleres para niños y adolescentes, entre otras iniciativas.
El aniversario es también una oportunidad para revisitar la vida y obra del salteño, cuyas creaciones fueron interpretadas por figuras como Los Olimareños, Fernando Cabrera, Numa Moraes, y los grupos chilenos Quilapayún e Inti Illimani.
El autor, entonces, nació cerca del río Uruguay, pero pasó parte de su infancia y juventud cerca del Arapey Chico, en la estancia de sus abuelos maternos, luego de la separación de sus padres. Ahí se crió junto a dos de sus cuatro hermanos (tuvo otros cinco que murieron antes de los tres años), y empezó a desarrollar el gusto por crear “versitos”, que se convertirían en un problema cuando empezara la escuela.
Su hermana Renée rememoraba a comienzos del siglo XXI que “En más de una oportunidad la directora mandó llamar a mi madre para hablarle de mi hermano. Le decía que era muy inteligente pero que no estudiaba, que se pasaba haciendo versitos”. Ya desde entonces Lima mostraba poco apego a los mandatos formales y un interés cada vez mayor por desarrollar su propio camino. A los 15 años abandonó el liceo, contra los deseos de su madre, y consiguió algunos trabajos en los que la mayor parte del tiempo se pasaba escribiendo y cantando.
A los 18 años cambió el Uruguay por el Río de la Plata, cuando fue enviado a enlistarse en el ejército en Montevideo, a instancias del primo de su padre, Carlos Onetti, padre del escritor Juan Carlos, lo que a su vez convertía al autor de El astillero en su primo segundo.
Lima terminaría desertando luego de un año y medio, pero se llevaría de Montevideo un intenso vínculo con la lectura, fustigado por la vida intelectual de la familia Onetti, con quienes vivía en ese período. “Voy a tener que leer, a ver si consigo estar un poco más a la altura de mis parientes”, fue su consigna, rescatada por el investigador Guillermo Pellegrino.
Empieza ahí su etapa como andapagos, un término acuñado por él mismo que refería a su voluntad nómade y a un espíritu trashumante que hace que su biografía se haga difusa por momentos. Lo cierto es que a mediados de la década de 1940 volvió a su ciudad natal, donde se involucró con la Asociación Cultural Horacio Quiroga, un núcleo de artistas a través del que Lima estableció contacto con el pintor argentino José Echave, que lo invitó a Buenos Aires. Lima volvió entonces a convivir con el Río de la Plata, solo que, en su margen oriental, un período que no fue del todo agradable para él.
Tras la experiencia porteña volvió a Salto, donde terminó su primer libro, publicado por la editorial del Partido Comunista uruguayo, Pueblos Unidos. El libro de poemas se llamaba Canto del Salto Oriental y reunía textos dedicados y centrados en los paisajes, escenarios y habitantes de su departamento, incluyendo versos dedicados a los niños recolectores de naranjas, a quienes instaba a rebelarse. Con esta obra se ganó el título “poeta de los azahares”.
Vendedor de café.
Por esos tiempos también trabajó como vendedor callejero de café, informativista radial y actor de radioteatros, pero a fines de la década de 1940 abandonó Salto y cambió de río: se fue al Olimar, a Treinta y Tres.
Ahí estableció un vínculo con el compositor y docente Ruben Lena, con el compositor e investigador Oscar “Laucha” Prieto y con el dúo musical Los Olimareños (Braulio López y Pepe Guerra), a quienes proveyó de canciones, incluyendo algunas como A orillas del Olimar, que se convertirían en clásicos del repertorio del dúo que más allá de su disolución regresa periódicamente a los escenarios. De hecho, nueve de las veinticinco canciones de los dos primeros álbumes de Guerra y López como Adiós a Salto y Cosas de Artigas, son de Lima, que no registraba nada, y regalaba sus creaciones a quien se las pidiera, lo que nunca favoreció su situación económica.
Lima, que en Treinta y Tres también fue docente de música en escuelas (allí tuvo entre sus alumnos a López), vivía sobre todo del dinero que le prestaban sus amigos y conocidos, lavaba su ropa en el Olimar, y vivía de forma itinerante.
Tras un período breve en Paysandú, volvió a Salto. Al río Uruguay. Ya a mediados de la década de 1960, y afectado por el alcoholismo, el consumo de tranquilizantes y el insomnio. “En algún momento fue como una especie de poeta maldito, la gente se le alejaba, porque no siempre estaba en condiciones de hablar con los demás”, recordaba su sobrina Silvia, citada en la investigación de Pellegrino. Incluso llegó a pasar algunos períodos internados, tanto en el Vilardebó montevideano como en hospitales de Treinta y Tres y Salto.
En diciembre de 1969, luego de las muertes de su madre y de uno de sus mejores amigos, el periodista salteño Fausto Carcabelos, Lima se acercó por última vez al río Uruguay y se suicidó en sus aguas.
Seis días después de su muerte, se publicó su segundo libro de poemas, Milongas de Peñaflor. Sus textos también quedaron arraigados en el cancionero popular, incluso cuando a veces ni siquiera se sabía que eran obras suyas.
Nota: algunas de sus creaciones que fueron musicalizadas y cantadas:
A orillas del Olimar, Adiós a Salto (o Adiós, mi Salto), Sembrador de abecedario, Candombe mulato, Cosas de Artigas, El dinero, La piedra, el árbol y el río, Las dos querencias.