De garganta cansada y diarios bajo el brazo

La fotografía que apareció días pasados en Facebook, de Eudocio Rodriguez Morales, popularmente conocido como “Petoya”, nos llevó a recordar el oficio de canillita o diariero como también les llamábamos.

 Se apilaban junto a la estación de ferrocarril y apenas llegaban los diarios desde Montevideo, salían como bólidos a recorrer las calles de la ciudad, con un grito mañanero tradicional.

Petoya fue de los últimos en esa tarea que desarrollaba con mucho amor y responsabilidad, con calor, con frío, con lluvia, con sus diarios bajo el brazo, como si tuviera una sola ala repartiendo noticias.

Otro claro ejemplo de que se puede impactar positivamente cuando se hacen cosas en apariencia pequeñas, pero que no son pequeñas.

«Ya te encontré pájaro de un ala,

tu ala es de papel, a rayas negras, negras sobre una hoja blanca.
Ya te encontré pajarito que corre y salta
sostenido por una única ala.
Adherida a tu cuerpo
con rigidez de aleta o de membrana,
tu mismo a manotones
grandes jirones de papel arrancas,
y lo esparces a tu paso entre la multitud urbana.
La multitud cruzas piando y eres como un ave
que atravesase un negro bosque en marcha,

sobre un rayo de sol que en el ambiente

tiembla como una rama te posas un instante y cantas.
Y tu pregón pregona la efímera sustancia de tu ala.
Tus manos la dispersan a los vientos que pasan.
En la ciudad que se abre al nuevo día como una flor con pétalos de casas

eres todo un latido vivaz del corazón de la mañana.
Eres palpitación de clamoreo desde que el sol se alza

hasta que en el océano nocturno, el ascua de oro, el barco iluminado

de la ciudad naufraga.

En los umbrales luego te acuestas a dormir heroicamente

sobre el último resto de tu ala y la maldad de la calle te salpica

sus negros salivazos la calzada.

Pequeño vendedor de hojas banales que reflejan la vida cotidiana

en tus manos aprietas tornada en tinta y en papel el alma

de la ciudad inquieta y rumorosa donde tu grito clavas

una y mil veces a través del día como un puñal de plata.

Querido canillita, pajarito de un ala
pues que el infecto limo de la calle,
te macule el espíritu y lo apaga.
Yo te veo — maldita la miseria!— como una lacra
Y pido que los dioses te protejan contra el vicio y la crápula

entre los cuales vives agitando tu única ala,
no por cierto a manera de un escudo

sino como una vela solitaria

en ¡a que soplan implacables vientos

que impulsan yo no sé a donde tu barca.»

Poema de Emilio Frugoni