Cuando suena el silbido de su armónica ya se sabe que el afilador de cuchillos anda por la zona.

Suelo recordar los tiempos infantiles y por un momento, transportado al pasado, escucho nuevamente el sonido de la flauta de pan con la que él se anunciaba, a la voz de: «afilador!».

Se ofrecía para afilar algún cuchillo o tijeras, montado sobre su bicicleta en cuya rueda, acoplaba una correa de cuero y mediante el pie, dándole a un pedal, el afilador estaba listo para hacer girar las ruedas de afilar, teniendo las dos manos libres para manipular los utensilios a los que necesitaba renovar el filo.

Pero no se limitaba solo a eso, pues el hombre tenía otros conocimientos y habilidades manuales. También te arreglaba las varillas rotas de un paraguas. Incluso podía colocarle un parche al fondo de alguna olla o caldero que se hubiera perforado. Y mientras trabajaba, el afilador, ansioso de plática que mitigara un poco su andariega soledad por las calles pueblerinas, solía darnos noticias de lo que ocurría en otros barrios.

Mamá nos decía que se enteraba más por el afilador que por la radio.

El afilador era como el periódico del día.

Hoy, el personaje del afilador ha desaparecido de las calles, al menos en las grandes urbes. Con el advenimiento de los cuchillos de filo permanente y los utensilios caseros para afilarlos, el viejo y noble oficio de afilador ambulante parece tender a extinguirse. Los pocos que quedan se van jubilando y, por su parte, los jóvenes no quieren ser afiladores, por lo que no hay quien tome el relevo para este oficio. Así que, si bien no ha muerto, de seguir así pronto quedará como en la memoria de quienes lo vivieron, en las exposiciones temáticas y museos, en el anecdotario del pasado o en alguna breve narrativa como esta.

Pero es muy grato saber que tantos otros, al igual que yo, no necesitan encontrárselos en la calle, ni de verlos en fotografías, ni siquiera de escuchar la melodía de su flauta. Porque podemos cerra un instante los ojos y seguir viendo y oyendo al afilador de nuestra infancia.

 

Como lo hace con su poesía el estimado amigo trinitario José Luis Lerena Caballero:

Una vieja melodía callejera me hizo volver al

tiempo de la infancia, y cuando vi de dónde

provenía me pellizqué creyendo que soñaba.

Estaba allí en su vieja bicicleta, pero viendo hacia

atrás, que cosa rara, me paré a contemplarlo

hipnotizado al viejo afilador pedal y flauta.

Sumergido en su mundo de cuchillos, tijeras,

cortaplumas y navajas. Ni advertía siquiera mi

presencia porque eso a él para nada le

importaba. Y recordé los años de chiquillo

cuando la calle toda era una cancha, cuántas

veces lo vi, pero sin verlo, porque entonces mi

atención la acaparaba, una vieja pelota que con

trapos habían hecho los más grandes de la casa.

Y era él con más años y más canas, con

unos lentes enormes que tendían a caerse cada

vez que se agachaba, pero nunca llegaron hasta

el suelo, se quedaban enredados en su barba.

 Ypensé, ¡cuántas cosas han pasado por nuestras

vidas sin darles importancia! ¿Cómo nunca fue

tan dulce como ahora la extraña melodía de su flauta?

Será que andar y andar, al mismo tiempo, nos

vuelve más sensibles y rescata sentimientos que

estaban enterrados bajo un manto de olvidos y nostalgias.

 Si pasaron… cien años me parece

para volver a oír tu vieja flauta, seguro que en el

tiempo que me queda, para oírla otra vez ya no

me alcanza. Seguí, que los cuchillos, las tijeras,

en muchas casas están desafiladas, y aunque

en la calle ya no andan los gurises corriendo una

pelota desinflada, ¡seguí… seguí por esas calles

de mi pueblo afilando esperanzas desgastadas!