Una caja llena de voces.
En los cien años de la radio
Por Carlos Fariello
Aquel viejo receptor de radio a transistores, toda una muestra de la evolución técnica de posguerra, tenía ya cansado su parlante.
Si habrá vibrado en sintonía con hechos que marcaron la historia, tanto del país como las propias personales.
Ya a fines de los 50 tener una Spica, aquella de la funda de cuero marrón y dial circular con una estrella sobre fondo rojo en el centro, era símbolo de cierto status.
En su caja de plástico pequeña resonaron las voces de Chicotazo y de Solé, los noticieros y los artistas desde las fonoplateas y en vivo, la música a pedido por Montecarlo y un sin fin de mensajes personales que las emisoras del Interior propalaban como único medio de interacción entre la gente del campo con los de la ciudad.
Los hechos noticiosos de los conflictivos 60 y de la década infame de los 70 pasaron también por ella.
Era una especie de caja mágica llena de voces y sonidos que se podía llevar a todos lados.
Es parte del ADN uruguayo por su importancia cultural y está instalada en el imaginario colectivo.
Homenaje a la radio en su centenario de vida en el Uruguay.