Ama a tus padres hoy, no mañana.

AMA A TUS PADRES

—¿Vas a venir este domingo? —preguntó el papá por teléfono.

—Ay, papá, traigo mil pendientes. Te hablo luego, ¿sí?

—Está bien, hija… aquí te espero cuando puedas.

Colgó sin pensar. Trabajo, hijos, tráfico, cansancio: siempre había algo “más urgente” que ir a casa de sus padres.

Una noche, el teléfono sonó de nuevo. Esta vez contestó la mamá, con la voz temblorosa:

—Tu papá está en el hospital. Le dio un susto fuerte al corazón.

Se le derrumbó el mundo.

Al llegar, lo encontró adormilado, lleno de cables, pero consciente. Le apretó la mano y apenas pudo decir:

—Perdóname por no estar…

Él, con el poco aire que tenía, le susurró:

—No me pidas perdón. Prefiero un abrazo hoy que flores mañana.

Ese golpe la despertó.

Durante los meses siguientes cambió todo:

Dejó un proyecto extra, apagó el celular a la hora de la comida familiar, llevó a sus padres al parque, al cine, al médico, a donde hiciera falta.

Descubrió historias que nunca había escuchado: cómo se conocieron, cómo ahorraban centavo a centavo para la escuela de los hijos, cómo el papá caminaba kilómetros para no gastar en camión y poder pagar la luz.

Se rieron, lloraron, cocinaron juntos.

Él mejoró poco a poco, pero los doctores fueron claros: el reloj corría, despacio… pero corría.

Dos años después, el papá se fue mientras dormía.

No hubo ambulancias, ni cables, ni pánico: solo un suspiro profundo y paz.

El día del funeral, ella tomó la palabra frente a la familia:

—Gracias, papá. Te amaré y te recordaré por siempre.

Ni un “lo siento”, ni un “perdóname”.

Porque alcanzó a decirlo todo en vida.

Porque el tiempo que les quedó, lo vivieron de verdad.

Moraleja:

Ama a tus padres hoy, no mañana.

Visítalos cuando puedas, llámalos sin motivo, abrázalos sin prisa.

Que el día de su partida no tengas que pedir perdón por el tiempo perdido, sino dar gracias por cada momento compartido. 

De Susana Rangel