Por Marita Abraham

No me den todo lo que les pido a veces sólo pido para ver hasta cuánto podré tomar No me griten, los respeto menos cuando me gritan y me enseñan a gritar a mí también, y yo no quisiera gritar.

No me den siempre órdenes y más órdenes, si a veces me pidieran las cosas yo lo haría más rápido y con más gusto. Cumplan sus promesas, buenas o malas. Si me prometen un premio, quiero recibirlo y también si es un castigo.

No me comparen con nadie, (especialmente con mi hermano) si me presentan como mejor que los demás alguien va a sufrir y peor, seré yo quien sufra.

No cambien de opinión tan a menudo sobre lo que debo hacer, decídanse y mantengan esa decisión. Déjenme valerme por mí mismo. Si hacen todo por mí nunca podré aprender. Corríjanme con ternura.

No digan mentiras delante mío, ni me pidan que las diga por ustedes, aunque sea para sacarlos de un apuro. Está mal. Me hace sentir mal y pierdo la fe en lo que ustedes dicen. Cuando hago algo malo no me exijan que les diga el «porqué lo hice» a veces ni yo mismo lo sé. Si alguna vez se equivocan en algo, admítalo, así se robustece la opinión que tengo de ustedes y me enseñaran a admitir mis propias equivocaciones. Trátenme con la misma amabilidad y cordialidad con que veo que tratan a sus amigos, es que por ser familia no significa que no podamos ser también amigos.

No me pidan que haga una cosa y ustedes no la hacen, yo aprenderé a hacer todo lo que ustedes hacen, aunque no me lo digan, pero difícilmente haré lo que dicen y no hacen.

Cuando les cuente un problema mío, aunque les parezca muy pequeño, no me digan «no tenemos tiempo ahora para esas pavadas» traten de comprenderme, necesito que me ayuden, necesito de ustedes.

Para mí es muy necesario que me quieran y me lo digan, casi lo que más me gusta es escucharlos decir: «te queremos»

Abrázame, necesito sentirlos muy cerca mío. Que ustedes no se olviden que yo soy, ni más ni menos que un hijo.