Dizman Anchieri publicó esta foto que nos lleva a nuestra infancia, a otros tiempos cuando era  común era ver temprano en la mañana, el paso del lechero, que llegaba a nuestra casa con sus tarros para dejarnos la leche que parecía calentita aún.

Quizás, el “reparto” ambulante por excelencia.

Se repartía la leche de ese modo, y era necesario hervirla, de ahí surgía la nata, con la cual nuestra madre fabricaba exquisitos postres o simplemente, la manteca.

La cercanía era un valor, se generaba confianza y el peso de la costumbre dificultaba las cosas a la competencia estática.

Las normativas sanitarias y la evolución del sector bajo la lógica de los supermercados acabaron con aquel “servicio minorista a domicilio”.

Seguro muchos recuerdan el grito del lechero en la calle y la corrida con la olla para comprar la leche diaria. Leche al litro que llegaba directamente de la chacra al domicilio, mucho antes de la leche embotellada y pasteurizada.

El lechero y su familia se levantaban temprano, a las tres o cuatro de la mañana para estar a veces con reparo o no, ordeñando las vacas.

Familias numerosas donde todos, chicos y grandes, mujeres y hombres participaban en el ordeñe. Con frío o calor, lluvia o sequía, había que realizar la ordeñada para cumplir con los pedidos en el pueblo, porque muchas veces “… la leche era casi lo único que tenía la gente para comer”.

¡Cuánto sacrificio y trabajo rudo a la intemperie en mudo acuerdo con los animales y la naturaleza!

Humildad, esfuerzo, perseverancia, tenacidad, sacrificio, privilegio del bienestar de la familia por sobre todas las cosas, responsabilidad en el hacer.

Lechero… que el ruido de los carros, el grito de los teros o el gemido lastimero de los terneros llamando a su madre mantengan su trabajo en la memoria de todos y para siempre.