Se está constatando una mala costumbre de remarcar en casos de delitos graves, a qué partido político pertenece el delincuente, como si la delincuencia fuera propiedad de tal o cual sector y con ello, aparece una especie de guerrilla verbal utilizando la recriminación como herramienta.

Robar, matar, violar o abusar sexualmente de un semejante, es parte de la personalidad malformada de los individuos y como tales, no se les debería encasillar entre paredes partidarias.

Si tenemos que tener presente lo infinito de nuestra capacidad de asombro.

Lucía Vigletti, sobrina del artista Daniel Viglietti  fallecido en 2017, denunció que este abusó sexualmente hace unos cuantos años de un integrante de la familia de tan solo 10 años de edad y el hermano del cantor, Cédar Viglietti, radicado en el exterior, también lo confirmó.

Esta noticia que involucra a un artista de reconocido prestigio, debería conmocionar a nuestra sociedad, entendiendo que “los pecadores pueden estar en cualquier iglesia”  y procurando analizar el tema desde un punto de vista jurídico, racional y sin contradecirnos en nuestra defensa de los derechos humanos.

La violación es uno de los delitos más infames y degradantes que se pueden cometer, repudiado incluso por la mayoría de los delincuentes, razón por la cual, en cualquier país del mundo (civilizado o no), quien entra al penal con la etiqueta de violador ya sabe que le espera el infierno porque le devolverán con creces el daño provocado.

El que ultraja asesina la infancia, la confianza y la autoestima de la criatura, muchas veces, de manera irreversible. Incluso destruye la felicidad de su entorno familiar y altera su visión de la vida, haciéndoles vivir en terror constante. Muy posiblemente, la familia de la víctima se volverá sobreprotectora con ella y los demás hijos, con horror de dejarles estar solos un momento o ir hasta la esquina o al colegio sin vigilancia. Un degenerado les habrá quitado la paz y la normalidad para siempre. El violador destruye demasiadas cosas.

Hay que reaccionar.

No se trata de saciar el sentido natural de venganza que surge en la sociedad frente a hechos de esta naturaleza, sino de proteger a la misma y a otras víctimas potenciales.

Los políticos de todos los partidos tendrían que reunirse, no como adversarios, sino como orientales, para ver cómo enfrentamos esto. Un violador no es un delincuente cualquiera. Por su parte, los padres tendrán que comenzar a hablar desde ahora mismo con toda la familia, incluyendo a los más pequeños, y hacerlo sin tapujos ni inhibiciones.

Preservemos la inocencia de los niños; pero no la ingenuidad.

Nadie está libre de tener un vecino, un amigo o un familiar violador y entonces hay que entender que el tema es duro, que  no hay mucho espacio para medidas blandas y que callar es convertirse en cómplice, más allá de que el ejecutor esté hace tiempo muerto.

“Hay gestos como huidas o traiciones,
Hay cortes que son miedo de seguir,
Pero hay un modo fuerte del vacío
Que flota al lado nuestro sin morir.”

Parte de la canción “El otro rostro”  de Daniel Viglietti.