El duraznense Alvaro Videla trabajó para firmas de software a escala global como VMWare o DellEMC y hoy, radicado en Suiza, trabaja para Microsoft.   La narración de “su aventura” recorriendo más de 4.000 kilómetros en moto, nos parece más que interesante para compartir, tras su autorización, con nuestros lectores.

“Hace un par de semanas salí de aventura en la moto, tratando de respetar las normas de viaje y todos los cambios que trajo el CoVid.

Esto implicó un viaje desde Suiza a Túnez, pasando por Italia. Saliendo desde Zürich, fui a Turín a encontrarme con Jacopo Romei, donde fuimos a andar en moto con una amiga a Perrero, el pueblo de los Bertalmío en Piemonte. Luego de Turín seguí viajando hacia el sur de Italia hasta llegar a Nápoli. Ahí fui a conocer el pueblo de Andrea Fauci y Pablito Mendieta un par de napolitanos que conozco del barrio en Suiza.

Desde Napoli tomé un barco hacia Palermo, para ir a Sicilia y visitar a Claudio Ruscica y Marco Ruscica, un par de hermanos italianos a quienes había conocido hace años en un viaje por Budapest. Siempre hablando de nuestra pasión común por el fútbol, y con una promesa latente de ir a visitarlos. Está vez se dio y su familia me recibió de una manera espectacular. Como verán en una de las fotos, parecía estar en Uruguay, comiendo pasta y milanesas.

Volviendo a Palermo, esta vez me tocó tomar un barco hacia Túnez, done tenía como objetivo llegar al Sahara, recorriendo las rutas del país, buscando visitar los diferentes lugares donde se filmaron las películas de Star Wars.

Más allá de las mil y un anécdotas de ruta, fue increíble el haber llegado al Sahara a pasar una noche en el medio del desierto. Allí en el campamento nos habían prometido ver el atardecer. Cuando le pregunto al guía cómo se hacía, pensé que él me iba a acompañar al desierto, pero no. Me dijo: “vez esa palmera? caminá en esa dirección por 20 minutos y vas a ver el atardecer”.

Puse el cronómetro en el reloj para medir los 20 minutos y no alejarme demasiado del campamento y me aventuré solo en el desierto. Curzando dunas y más dunas, zigzageando tratando de no perderme, pisando fuerte para que el viento no borrase el camino de regreso al campamento, logré ir avanazndo. Cuando el cronómetro marcaba 20 minutos, ascendí esa “última” duna, y me esperaba el sol rojizo quemando el horizonte. Una visión espectacular, a la que no le hacen justicias las fotos ni las palabras.

Ya al otro día fue hora de seguir avanzando en la moto por la aventura, esta vez hacia el desierto de sal. Un lago salado que hace miles de años fue un océano en el medio de Túnez.

El camino hacia ese lago implicó atravesar lo que ellos llaman el “desierto de piedra”, uno de los tres desiertos de Túnez, los otros siendo el de arena y el de sal. Mientras viajaba en la moto, a unos 90 o 100 km/h, ví a lo lejos que se formaban remolinos de arena que viajaban a unos 80 km/h. Eso me puso alerta en el caso de que alguno se atravesase por la ruta… por supuesto algo que ocurrió.

En un momento vi un remolino que avanzaba paralelo a la ruta, a unos pocos metros de la banquina. Decidí aminorar para ir monitoreando de lejos al remolino. Por supuesto que cruzó la ruta! Y cuando lo hizo, era más ancho que la ruta! Si me hubiera agarrado, allí mismo se terminaba mi viaje.

Y para terminar les cuento lo que me pasó antes de entrar al desierto de sal que refleja la hospitalidad de las personas del desierto (algo que ya había vivido en Marruecos).

Muerto de sed y antes de entrar al desierto de sal, decidí detenerme en un pueblito, buscando un café o bar, donde pudiera parar durante las primeras horas luego del mediodía, para aguantar a que bajase el sol. Resulta que en el pueblo no había nada, salvo un gurí que estaba sentado afuera de su casa. Le grité por un café, en un francés muy rudimentario, pero el no entendió. Me hizo el gesto de esperar, y entró a su casa.

Al rato salío y me invitó a pasar. Allí su madre, una mujer musulmana, con su pañuelo cubriendo el pelo, me extendió un colchón en el pasillo, me dio una almohada y me instaló un ventilador. Ella continuó conversando con sus amigas quienes habían ido a visitar a la madre, quien estaba enferma de la vista.

Les pedí agua, también en un francés muy pobre, y me trajeron una botella de litro y medio. Y me quedé en mi colchón escuchándolas hablar en árabe.

Luego de un rato, entre gestos, señas, y un poco de wikipedia, logramos hablar y contarnos cosas. Les mostré fotos de Uruguay y de Suiza.

Ya llegando la hora de partir, veo que su hijo y sus amigos del barrio, todos rondan la moto, y posan sacándose fotos, por lo que la paré en el medio de la calle y los dejé subirse un rato a cada uno para tener su foto heroica en la moto. A las mujeres les ofrecí pagarles por el agua, pero me lo rechazaron. Me dijeron que era un hijo para ellas, y que me esperaban el año que viene con Silvana.

Al desierto lo crucé, y seguí viajando y obviamente logré retornar a Italia y a Suiza, trayendo otra experiencia inolvidable que me dejó este viaje de 4000 kms. en moto.