Por Carlos Fariello

Con su gabán raído por el tiempo, Juan Ángel* camina por las estaciones que marca el calendario sin más fortuna que la que le proporciona perseguir un sueño o alguna estrella.

Un día se detiene a conversar con Ricardo Berrutti y conmigo en la puerta de El Acontecer.

Nosotros en un recreo de la redacción y Juan Ángel con la urgencia de una historia que traía entre sus dientes.

Es setiembre y el sol ya calienta por las tardes.

Juan Ángel nos dice de la calor y de una ballena que tiene en el patio de su casa.

Nos interesa su divague y vaya a saber, si por magia o por respeto le seguimos escuchando.

– La tengo atada en el patio porque si no se va, agrega.

Y continúa con su estrafalaria narración. Cuenta cómo es de grande y que la pescó en el Yí.

Mezcla de niño y de ángel olvidado nos deja esa historia extraña y original. Para nosotros pura fantasía.

Mira hacia el suelo y con sus manos hurga en los bolsillos de su abrigo.

Quedamos en silencio.

Nos saluda con una amable despedida y sigue caminando con su renguera, calle Artigas abajo.

Miramos el reloj y volvemos a la redacción para seguir con nuestras tareas.

* Su nombre era Juan Ángel González