Por Carlos Fariello.

En el barrio, muchos de nosotros, niños en tránsito hacia la pubertad, en las noches de verano, cuando nuestros mayores se sentaban en la vereda a tomar el fresco, teníamos por costumbre reunirnos bajo un foco que iluminaba la vereda frente a la casa de los Jottar.

Elías Jottar, era uno de los dos hermanos peluqueros de dicha familia de origen libanés, como muchas familias de mi barrio.

Próximo a las navidades, Elías, que era poseedor de una facilidad de palabra nos convocaba desde la vereda de su casa. El motivo?, contarnos historias de los personajes bíblicos y de las tierras en donde vivieron.

Tal realismo y capacidad de convencimiento tenía que nosotros nos íbamos imaginando el ambiente, el paisaje, los escenarios y la puesta en acción de personajes que la catequesis nos había mostrado deslucidos y poco atractivos para nuestras edades.

El desierto, las costumbres, las comidas, todo iba apareciendo en las narraciones que noche a noche escuchábamos con una atención fuera de lo común.

Así, nos llevábamos una versión de la Navidad según Elías.

Pero, vaya sorpresa la mía cuando en la misa de la parroquia lo que se leía en los evangelios coincidía con lo contado por aquel ilustrado vecino.

Quiérase o no, la versión de Elías era más sabrosa porque el aderezo principal estaba en la cultura que sus mayores le habían trasmitido y que no estaban en ningún libro, ni siquiera en el Libro de los Libros.