Estamos a poco más de una semana de la llegada de la Navidad.

Quien más, quien menos, lo festejará a su manera. Son tiempos de familia y de reflexión. Pero también lo son de recuerdos.

Cuando éramos jóvenes y poco después de la última campanada de las 12, tras los abrazos, se escuchaba de pronto el sonido de una guitarra. Y salíamos a la calle o nos acercábamos a la ventana, porque a sus pies, en manos de conocidos músicos y cantores lugareños, llegaba la infaltable serenata.

Eran dos o acaso tres canciones nada más – porque había más casas para recorrer – y con nuestro aplauso, compartían una copa y saboreaban alguna porción de cordero o de pan dulce.

Y más tarde, nosotros mismos nos poníamos de serenateros.

Las serenatas eran por las noches hasta bien entrada la mañana, generalmente cuando los jóvenes y no tan jóvenes después de brindar con la familia, totalmente frescos y sin ganas de molestar a nadie, salían a patear la calle a puro coraje, cantando al azar en cualquier casa, pegados a las ventanas.

“Muchachos esta noche saldremos por los barrios/ a revivir las horas de un tiempo que pasó/ será una pincelada de viejas tradiciones que al son de la guitarra dirán que no murió…”.

Costumbres, tradiciones que se han perdido, aunque sabemos que Julio Piñeiro suele aún acercarse a una ventana para cantar alguna canción a los vecinos.

Serenateros!

Cuanto pagaría por sentirlos de nuevo en la casa de mi vieja para revivir las navidades de antes.

La Navidad agita una varita mágica sobre el mundo, y por eso, todo es posible.

 

Por Jesús Correa