El fallecimiento en las últimas horas de Hugo Rovira es un golpe doloroso a la cultura duraznense.

Desde su lugar y en forma especial, desde el Taller de Artes Plásticas, Hugo fue, sencillamente, un maestro, en el más amplio sentido del vocablo. Porque supo enseñar con maestría y sin elocuencia,prefiriendo muchas veces el anonimato o el silencio que se siente de los que hacen pero no se ven.

Fue su mundo ese tan especial de la creatividad, del color, de lograr las obras sin prisa o de apoyar con entusiasmo a los creativos de una casa de tan rica historia.

Mucho podría decirse en este instante, pero prefiero traer las palabras del propio Rovira cuando hace no mucho tiempo escribía:

“El Taller es un Templo dedicado a la Belleza. Es un “Punto de Encuentro”… (como en una terminal de ómnibus). Un punto de encuentro de almas previamente pactado, desde otro espacio y lugar para reconocernos, recordarnos y aprender de nosotros mismos…

Cada docente, cada disciplina, cada grupo de condiscípulos, cada proyecto!!!

Cada material trabajado: el barro, la lana, la madera, el papel…el trazo, el color!!! el silencio…cada uno tiene, y da, “su nota”, cada uno tiene su frecuencia vibratoria…y participa del Concierto que es la convivencia cotidiana.

Pensamos con las manos y tocamos con el corazón…

Y en ese Concierto, cada uno se nutre y aprende de Sí mismo y del Otro… en una entrega espontánea, sin cálculo especulativo, en forma colectiva, cooperativa, imaginativa… creativa…donde al final, se cosechan frutos materiales, portadores de belleza, de esa armonía, productos que nos complacemos en exponer, compartir, comercializar u obsequiar…pero la Obra, la verdadera Obra, es uno mismo….”