Primera Biblioteca Pública del Uruguay.En su homenaje, celebramos hoy en Uruguay, el Día del Libro.

Biblioteca Nacional.

Hoy nuestra Biblioteca Nacional, que hunde sus raíces en la Patria Vieja durante los años que Artigas y su revolución se consolidaron en estas tierras, está cumpliendo 204 años.

1815 marca el auge del artiguismo en estas tierras, su momento cúlmine será marcado con el ingreso de las tropas artiguistas a Montevideo (26 de febrero) y la expulsión de los porteños, de la denominada Provincia Oriental desde 1813.

Frecuentemente, se alude a la prolífica actividad política y económica del período artiguista, evocando en forma colateral la acción cultural que en los años de la Patria Vieja se llevaron a cabo.

La tarea revolucionaria implicaba, no solamente la ruptura del orden colonial y la construcción de uno nuevo o la doble lucha contras las ambiciones de la oligarquía centralista porteña aliada, por conveniencias oportunistas a los apetitos insaciables de los portugueses.

La vocación revolucionaria implicaba cambiar todo aquello que debía ser cambiado, incluso en materia instructiva donde las carencias eran más que evidentes. En materia cultural, también, era necesaria la edificación de un nuevo orden basado en la extensión de la educación y la cultura a todo el pueblo, no sólo las minorías.

La acción educativa de la revolución artiguista se destacó en tres ámbitos:

En primer lugar, la habilitación de escuelas primarias y la provisión de los útiles necesarios: “los jóvenes deben recibir un influjo favorable en su educación para que sean virtuosos y útiles a la patria”

El funcionamiento de una imprenta, recuperada por los orientales en la retirada porteña de la ciudad de Montevideo, en el cual se intentaría editar el “Periódico Oriental” del que solamente se publicó el Prospecto, o sea el anuncio y programa del mismo.

Y, por último, la instalación de la Biblioteca Pública, solemnemente inaugurada el 26 de mayo de 1816

La idea de una Biblioteca Pública, había sido expuesta por Larrañaga en 1815 al Cabildo Gobernador de Montevideo. Era necesaria su establecimiento “adonde puedan concurrir nuestros jóvenes y todos los que deseen saber”. Para ello, dispondría de sus propios libros con “todo género de literatura” y con la aval y apoyo de muchos que “han aplaudido y acalorado mi proyecto”.

La situación de “atraso” educativo y la falta de formadores y educadores, era destacada por el Presbítero quien al respecto expresaba “los pocos progresos que hacemos en las ciencias y en los conocimientos útiles, en las artes y literatura (…) faltos de maestros en todos estos ramos y faltos de los medios para hacerlos venir de afuera, ¿qué otro recurso nos queda que el que nosotros mismo nos formemos?” A pesar de los obstáculos señalados, Larrañaga destacaba la capacidad autodidacta de quiénes poblaban estas tierras: “(…) Los talentos de nuestros americanos son tan privilegiados, que no necesitan sino de buenos libros para salir eminentes en todos ramos”

La iniciativa fue remitida a Artigas quien, acampado en Purificación, respondió en oficio al Cabildo de Montevideo, a mediados de agosto de 1815: “yo jamás dejaría de poner el sello de mi aprobación a cualquier obra que en su sello llevase esculpido el título de la pública felicidad”.

A fines de ese mes, el Jefe de los Orientales, se dirige a Larrañaga señalándole: “conozco las ventajas de una Biblioteca pública”, encomendándole que “cooperará con su esfuerzo e influjo a perfeccionarla”. El Jefe de los Orientales, señalaba al Presbítero que seguramente “contribuirá con cuanto Ud. juzgue necesario para su mejor adorno y pronto arreglo”.

Un aporte fundamental, fue el realizado por el presbítero José Manuel Pérez Castellano (fallecido en 1815), quien en su testamento señalara que legaba su librería para erigir una biblioteca pública. La biblioteca también se nutrió de ejemplares aportados por José Raimundo Guerra; los de los padres Franciscanos de la cual se debería “sustraer los volúmenes que estime oportuno” el propio Larrañaga. De este último, se calcula que fueron 800 los volúmenes donados de su patrimonio y de quien habían “acalorado mi proyecto”.

La actividad de Dámaso Antonio Larrañaga (1771-1848) en la consecución de la Biblioteca no se remite solamente a tal fin, al margen de su actividad política posterior al período artiguista. Miembro del patriciado montevideano; educado en Córdoba y Buenos Aires, era conocedor de las ideas ilustradas y de científicos como Descartes y Newton. Profundo observador de nuestra flora y fauna, legó varias obras al respecto, entre las cuales destacan: “Diario de Historia Natural” (1813-1824); “Diario de la Chacra” (1818-1823); “Botánica” y “Zoología”. Expulsado de Montevideo en 1811 por su adhesión a la causa revolucionaria, en Buenos Aires se desempeñó como subdirector de la Biblioteca Pública porteña.

El Cabildo Gobernador, con el apoyo y aprobación de Miguel Barreiro, reservó un espacio físico en los altos del Fuerte (hoy Plaza Zabala) para la biblioteca. Larrañaga, sería su director en carácter honorario, debía dirigir los trabajos organizativos con el apoyo de José Vidal.

Se estima que el acervo inicial de la primer Biblioteca Pública oriental alcanzó los 5 mil volúmenes, una cantidad nada envidiable para el tamaño de la ciudad de Montevideo y su población que, hacia 1829 -trece años después de este evento- contaba con solo 14 mil habitantes según los cálculos demográficos actuales.

La inauguración se llevó a cabo el 26 de mayo de 1816, en el marco de las “Fiestas mayas”, es decir, en conmemoración de los eventos de la Semana de Mayo de 1810.

Con el “Himno a la Apertura” compuesto por Francisco Araucho, entonado por escolares. El poema había sido escrito especialmente para este acto Araucho era “uno de los primeros vates de la patria. Los niños que lo cantaron pertenecían a la única Escuela Pública con que contaba nuestro país que era dirigida por Fray José Benito Lamas

 

“Gloria al numen sacro

del feliz Oriente

Que erige a Minerva

Altar reverente

Ya se abren las puertas

De la ilustración

Que artera presión

Tres siglos selló

Mantuvo entre sombras

Su imperio ominoso

Vino Mayo hermoso y las disipó

( … )”

Describían las crónicas de la época a la biblioteca: de “magníficos estantes de cedro” con “tapetes y cielo raso” en cual destacaba en su centro pintado un hermosísimo sol en el subido punto de su esplendor y en sus extremos figuradas las faces [sic] de la luna”.

La “Oración inaugural” expresada por Larrañaga es un valioso documento de la época, iniciando su oratoria con referencia a las “Fiestas mayas”.

Mayo era un “mes de feliz auspicio”: vinculando el mes a diferentes eventos históricos en Europa y Norteamérica; los eventos de la denominada “semana de mayo”, para culminar con la “acción de Las Piedras”: “victoria la más decidida, dirigida por el nuevo Washington [por Artigas] que aún tan gloriosamente nos preside en esta larga lucha”.

La Biblioteca era, para el ilustre sacerdote, “un domicilio o ilustre asamblea en que se reúnen, como de asiento, todos los sublimes ingenios del orbe literario” un “foco en que se reconocen tras las luces más brillantes, que se han esparcido por los sabios de todos los países y de todos los tiempos”.

Otorgaba a los libros el derecho de todos a conocer todas las ciencias: “desde el africano más rústico hasta el más culto europeo”.

 Entendía que la Provincia Oriental tenía un rasgo singular en cuanto a los idiomas, y lo señala: “Mientras la [lengua] guaraní se extiende por todo el Brasil y llega hasta Perú, y mientras el quichua domina en el vasto imperio de los incas, este pequeño recinto cuenta más de seis idiomas diferentes: minuan, charrúa, chaná, boane, goanoa, guaraní [sic] y qué sé yo más. Pero lo más sensible de todo es que en poco tiempo no quedará vestigio alguno de ellos; y así es honor nuestro el conservarlo, que quizás encontraréis en ellos esa filosofía que debe servir para formar el idioma universal que desean los sabios. Ello es, que por lo regular se ha notado, que hay más sabiduría en los idiomas cuanto más salvajes son las naciones: prueba nada equívoca de la divinidad y pureza de su origen, y de que la mano atrevida del hombre no ha entrado a corromperlos”.

 Terminó agradeciendo a quienes lo apoyaron desde el gobierno, especialmente a Artigas: «¡Gloria inmortal y loor perpetuo al celo patriótico del jefe de los orientales, que escasea aún lo necesario en su propia persona para tener que expender con profusión en establecimientos tan útiles a sus paisanos!».

Artigas, sensible a la repercusión pública del hecho, dispuso que el 30 de mayo de 1816 el saludo y santo y seña del Ejército fuera la frase “Sean los orientales tan ilustrados como valientes”.

El mismo Artigas, en carta del 9 de junio, felicitó a Larrañaga por la feliz culminación de aquella empresa, al tiempo que le recomendaba «perfeccionar dicha Biblioteca para que constituya el pedestal de la ilustración pública». El Jefe de los Orientales, al recibir el folleto que contenía el discurso inaugural de Larrañaga, reiteraba a éste su esperanza en la labor que podría desarrollar al frente de aquel importante instituto y le decía:

«He recibido con gusto la Oración Inaugural y celebraría que todos los paisanos fuesen desplegando sus talentos con la eficacia de usted […] Estamos para formar los hombres […] inspirando a los jóvenes aquella magnanimidad propia de almas civilizadas y formar en ellos aquel entusiasmo que hará ciertamente la gloria y felicidad del país […] doy las gracias a usted por su decidido empeño, y ojalá que el resto siga el ejemplo de usted, interesándose en prodigar las luces bastantes, para afianzar los bienes que vemos renacer en nuestra infancia política«.

 

Aporte de : Martín Diego Barrero Alvarez