Artigas, siempre Artigas.
El Adiós
Por Eduardo Galeano
Usted. Sin volver la cabeza, usted se hunde en el exilio. Lo veo, lo estoy viendo: se desliza el Paraná con perezas de lagarto y allá se aleja flameando su poncho rotoso, al trote del caballo, y se pierde en la fronda.
Usted no dice adiós a su tierra. Ella no se lo creería. O quizás usted no sabe, todavía, que se va para siempre.
Se agrisa el paisaje. Usted se va, vencido, y su tierra se queda sin aliento. ¿Le devolverán la respiración los hijos que le nazcan, los amantes que le lleguen?
Quienes de esa tierra broten, quienes en ella entren, ¿Se harán dignos de tristeza tan honda?
Su tierra. Nuestra tierra del sur. Usted le será muy necesario, don José. Cada vez que los codiciosos la lastimen y la humillen, cada vez que los tontos la crean muda o estéril, usted le hará falta. Porque usted, don José Artigas, general de los sencillos, es la mejor palabra que ella ha dicho.
- Artigas marcha hacia el exilio en el Paraguay. Allí fue recibido por el jefe de la revolución paraguaya Gaspar Rodríguez de Francia pero a su vez fue enviado a un pueblo instalado en lo profundo de la selva, la aldea de Curuguaty, lo que se asemejaba más a un confinamiento que a un asilo con plena libertad. Artigas vivió en una modesta chacra apenas acompañado por su ayudante, el negroAnsina y rodeado de indios que lo llamaban en guaraní Caraí Marangatú (Padre de los pobres). Después de tres décadas de exilio en el Paraguay murió a los 86 años, el 23 de setiembre de 1850. Sus restos fueron repatriados al Uruguay en 1855.