Ha llegado otro tercer domingo de agosto y, con él, una celebración de una jornada muy especial del calendario: el Día del Niño. Sin embargo, la festividad viene a reforzar cada año aquel precepto plasmado en declaraciones de organismos internacionales y que dan cuenta del deber inquebrantable de proteger los derechos del niño.

Derechos muchas veces vapuleados, en un mundo crispado y con políticas erráticas que ponen en situación de vulnerabilidad a millones de menores en todo el planeta. No se puede consentir bajo ninguna excusa una niñez sin el acceso a derechos básicos, como una alimentación digna y el acceso a los sistemas de salud y educación.

“Todos y cada uno de los derechos de la infancia son inalienables e irrenunciables, por lo que ninguna persona puede vulnerarlos bajo ninguna circunstancia”, señala uno de los textos plasmados en las declaraciones protocolizadas en el marco de las Naciones Unidas.

Es caer en un lugar común afirmar que “todos los días del año deben ser del niño”; pero la frase evidencia la necesidad de dar a los menores la protección para su desarrollo en un ámbito de armonía y felicidad. Y aupados desde el rol que le toca al Estado.

Hoy será una jornada de alegría para “esos locos bajitos”, como los definió Joan Manuel Serrat, pero la atención y el cuidado de ellos debe perdurar todos los días. En un mundo que muestra avances tecnológicos fenomenales, muchos niños hacen gala de un conocimiento del uso de la cibernética del que carecen sus mayores.

Entre los aspectos reflexivos en medio de la fiesta, es válido ponderar ese avance de los más chicos en materia informática. Nada más alentador para su progreso y aprendizaje, aunque hay que tomar recaudos. Está probado que un niño puesto a navegar por Internet sin control ni medida puede afrontar ciertos riesgos de conducta, cuando no de interacciones no deseadas.

Esa es también una forma más de proteger sus derechos. Un aspecto que atañe ya a la responsabilidad de los padres, para lo cual se deben establecer cuidados y evitar los efectos adictivos, como el de la televisión.

La Convención de las Naciones Unidas celebrada en noviembre de 1989 reconoce a los niños como “sujetos a derecho”, pero convierte a los adultos en “sujetos responsables” de su desarrollo y educación.

Cuando la declaración habla de “adultos”, no se refiere sólo al ámbito familiar, sino también a un Estado que debe comprometerse en el bienestar de los niños desde su nacimiento, a través de políticas eficaces que atiendan sus necesidades más allá de los cíclicos, y a veces politizados, programas de ayuda social.

Por ello, este nuevo domingo de agosto debe ser de puro festejo para los niños, y de reflexión para los más grandes.