Memorias del molino, Carlos Fariello (2017).

En 1868 arriba un contingente de italianos procedentes de varios lugares de la península, un grupo de éstos se afincará en Durazno donde ya, desde 1850, varios de sus paisanos poblaban la zona de chacras y huertas alrededor de la ciudad que lentamente crecía a orillas del río Yí.

Carlos Filippini Grisetti  formará familia y acompañará con su hacer y su vivir la historia de este solar.

Primero, un horno de barro en su casa, la fabricación del pan y su venta puerta por puerta a lo largo y ancho de la ciudad. Luego, un segundo horno, luego una carretilla para el reparto, después un carro tirado por caballos, y finalmente la creación de una importante empresa. Empresa forjada desde el sacrificio, personal y familiar, acompañado por su esposa Eduviges Rossi, también inmigrante.

Las horneadas se sucederán por años hasta convertirse en una industria—quizá la principal del medio—hasta la primera mitad del siglo XX. El molino de los Filippini fue referente comercial de la región centro del país, e incluso fuera de fronteras, alcanzado el mercado brasileño.

Una rica historia entre harina, panes y fideos, por décadas presentes en la mesa de innumerables familias.