Solo cuatro personas acompañaron los restos de José Artigas.

Un día como hoy, pero del año 1850 fallecía en Paraguay José Artigas y así lo publicaba la prensa de aquel día.

“SOLO CUATRO PERSONAS ACOMPAÑARON SUS RESTOS MORTALES”.

Así fallece nuestro prócer, nuestro cacique, nuestro protector de los pueblos ¿libres? En soledad.

En 1820, en medio de luchas por la libertad de nuestro suelo contra portugueses, gobierno porteño y caudillos federales desafectados, José Artigas se retiró al Paraguay (escoltado por Charrúas, su guardia de hierro personal).

No olvidando a los fieles orientales que le acompañaron en todo momento; pero que estaban prisioneros en la isla brasileña das Cobras, les envió un último dinero que quedaba: 4.000 patacones.

En Paraguay

El dictador Rodríguez de Francia no lo recibió: pero le dio asilo en San Isidro de Curuguaty, a más de 400 Km. de Asunción del Paraguay.

Allí, acompañado solamente por Joaquín Lenzina(el fiel Ansina) se dedicó a tareas rurales compartiendo el fruto de su trabajo con los pobladores del lugar. Paso a ser para ellos el “Carai Marangatu” (padre de los pobres en guaraní).

En 1840 fallece el dictador y en momentos de convulsión política el gobierno presidido por Policarpo Patiño dio orden de detener “al bandido Artigas”. Tenía 76 años y fue llevado a la cárcel…

En 1841, fue puesto en libertad y aunque podía volver a nuestra patria no lo hizo.

Carlos Antonio López asumió la presidencia en 1845 y lo invito a instalarse en Ibiray, a 7 Km. de la capital paraguaya, en una finca de su propiedad, donde vivió, más confortablemente sus últimos años.

Allí falleció el 23 de septiembre de 1850.

Los últimos momentos de Artigas

“La señorita Asunción García me ha referido, algunos años antes de morir, lo siguiente: Cuando la enfermedad de Artigas se agravó, manifestó deseos de recibir los últimos sacramentos. Entonces la señora doña Juana Carrillo, esposa de Carlos Antonio López, mandó llamar a un miembro de la familia de la citada Asunción García (familia tan distinguida, por cierto, como piadosa), y le encargó el Santo Viático. Cumplida la orden, el párroco de la Recoleta, Pbro. Cornelio Contreras, llevó al general Su Divina Majestad. En los momentos que el sacerdote iba a administrarle el Santo Viático, Artigas quiso levantarse. La encargada del aderezo del altar le dijo que su estado de debilidad le permitía recibir la comunión en la cama, a la que el general respondió: Quiero levantarme, para recibir a su Majestad. Y ayudado por los presentes se levantó y recibió la comunión, quedando los muchos circunstantes edificados de la piedad de aquel grande hombre. (…) El general, como ella (doña García) decía, después de recibir el viático, había quedado tendido en su pequeño catre de tijera y lonjas de cuero; en la semioscuridad se distinguía el crucifijo colgado en la pared sobre la cabeza blanca. Poco después el general en un último esfuerzo se había incorporado y abriendo desmesuradamente sus ojos gritó: ¡Tráiganme mi caballo!, vuelto a caer en la cama cerró sus ojos y murió”.

Testimonio de Mons. Bogarín, obispo de Asunción.