Por Carlos Fariello

Cuentan que hubo un tiempo, hace décadas, donde era común la presencia de un peluquero a bordo del ferrocarril, entre las estaciones Goñi y Yí.

Mientras el tren recorría ese tramo el peluquero en cuestión ejecutaba su función a los pasajeros que así lo requerían.

Munido de un maletín de cuero, como el que acostumbraban usar los médicos, recorría los vagones ofreciendo sus servicios.

Le acompañaba una botella de aguardiente como estimulante para su jornada que se repetía toda vez que un tren iba en un sentido y en otro, entre ambas estaciones.

Si el pasajero descendía en alguno de los puntos nombrados podía cortarle allí el pelo.

Le apodaban el “Tigre”.

Se dice que algunos de estos peculiares fígaros también podían extraer alguna muela en un acto improvisado de odontología.

 

Nota de redacción: “El Tigre” Hobinchet era muy popular y terminó cortando el pelo “a domicilio” por los barrios de Durazno.