Foto: Carlos Fariello.

Foto: Carlos Fariello

Por Carlos Fariello.

Del destino histórico hasta el presente.

Este año la ciudad de Durazno conmemora dos siglos de fundación de lo que fue, en un principio, la Villa de San Pedro del Durazno, hecho que ocurrió según nos cuenta la historia un 12 de octubre de 1821.

El Gral. Fructuoso Rivera, uno de los militares que junto con Lavalleja fue heredero del proceso iniciado por los orientales al mando de José Artigas diez años atrás, ya se potenciaba como organizador del tramo final de la lucha contra los portugueses.

En 1821, en época de la llamada Provincia Cisplatina, el gobierno comisiona a Rivera fundar un centro poblado en la zona central del territorio de la Provincia Oriental. La fundación de la Villa de San Pedro se formó con el objetivo de juntar gente dispersa en el interior de la provincia después de la guerra. La novel población se ubicó en el valle de inundación del Río Yí.

Escribe Fructuoso Rivera al respecto “la villa del Durazno debe su fundación a la necesidad reconocida por el gobierno portugués de reunir en un punto del estado diversas familias que, a falta de terrenos propios y de medios para adquirirlos se veían expuestas a una miseria peligrosa y formar una barrera contra la invasión de los indios salvajes y cuartel de policía rural”.

Como los primeros roles y funciones del centro poblado estuvieron ligados a la existencia del llamado “Paso del Durazno”, la ciudad se implantó sobre las tierras altas más próximas al mismo, aplicando los sabios principios de las Leyes de Indias: lugar alto, ventilado, con aprovisionamiento posible de agua.

La villa creció lentamente, ocupando las manzanas de su trama en cuadrícula, igualitaria y abierta hacia los horizontes. El trazado de la misma se encarga al ayudante mayor Pedro Delgado y Melilla, el cual la proyecta en damero con la plaza principal ocupando una de las manzanas.

El reparto de tierras de labranza y pastoreo también se efectúan al sur del río Yí. Quiso el tiempo que se fuera conformando una sociedad cosmopolita con el aporte de la inmigración de origen europeo y los vestigios de los pueblos que originalmente habitaron la zona. Merece destaque la presencia de indios guaraní misioneros que fueron llegando en décadas posteriores.

El “Departamento de Entre Ríos Yi y Negro” o “Departamento de San Pedro del Durazno”, que en el devenir histórico recibirá la actual denominación de Departamento de Durazno, denominación que trajo a la toponimia nacional la poética presencia del árbol, la flor y el fruto, al decir de Luis Fernández Baltasar.

Durante el primer siglo, fue su historia la de la Patria misma, con sus luces y sus sombras. Sede de la segunda presidencia de Rivera, en marzo de 1839, y punto estratégico que luego perdió protagonismo cuando el país se extiende en su organización política e institucional.

Reside en su territorio un lugar geográfico donde un hecho importante marcará el nacimiento de las divisas políticas fundacionales en la Batalla de Carpintería en 1836.

La sociedad que dio a Durazno sus señas de identidad en la integración de la República luego, es el resultado de una construcción en base a fenómenos y acontecimientos que se sucedieron y que fueron definiendo, si se puede decir así, “su forma de ser”.

La llegada del ferrocarril en 1874 abre un nuevo horizonte para las comunicaciones y el asentamiento de nuevos pobladores de origen inmigrante.

El aporte inmigratorio fue de tal importancia que la identidad duraznense se construyó, al paso del tiempo, sobre otras identidades culturales que le confieren un carácter diverso y plural.

Recordamos a aquellos primeros criollos y descendientes de pueblos originarios, y los españoles, italianos, vascos, franceses, llegados en los barcos al Plata, y luego los inmigrantes sirios, libaneses y judíos, que se incorporaron a la población siendo ciudadanos trabajadores y virtuosos de talante positivo y de obrar patriótico.

La Villa del Durazno pasa a la categoría de ciudad por decreto del gobierno del José Batlle y Ordóñez, de fecha 13 de junio de 1906.

En Durazno, varios vecinos de genuino compromiso con el desarrollo del solar hicieron posible el crecimiento de la ciudad, su conformación como urbe y la integración de servicios para la población, además de dotarla de un entorno urbano acorde a los tiempos y a los estilos de la arquitectura de entonces.

En diversas áreas del trabajo y del conocimiento, y de la cultura, Durazno tuvo importantes aportes de muchos de sus hijos, tanto propios como adoptivos.

En la música y las letras, la plástica, la ciencia y tantas otras disciplinas humanísticas, son varios los nombres de duraznenses que ya han pasado a la posteridad como referentes, incorporados a una memoria siempre recordada y vigente. Una memoria plena de valores que nos definen, al tiempo que también nos identifican.

El tiempo, en su transcurrir, fue dejando la impronta de varias generaciones de duraznenses que fueron construyendo la ciudad del presente.

Es importante destacar algunas figuras como los Penza y su preocupación por construcciones y creación de espacios en la ciudad, el apoyo a causas de noble filantropía y el mecenazgo a la cultura.

Los primeros educadores y la génesis misma de la educación nacional desde la presencia de José Pedro Varela en 1878, en los albores de la reforma por él impulsada hasta la concreción del primer liceo popular, y décadas después el primer instituto normal no oficializado para la formación de los maestros bajo la guía de María Emilia Castellanos.

La contribución a las ciencias en las figuras del doctor Miguel Rubino, en el campo de la medicina veterinaria y el desarrollo de vacunas, y de Antonio Taddey como el fundador de la antropología nacional.

Las letras en la voz de Odila Revello, la primera poeta de Durazno, la figura de Carlos Scaffo y de Jorge Echenique Flores, escritores y docentes; la dramaturgia de Orlando Aldama, y el teatro independiente con Rosina Sosa.

El inicio del movimiento coral de masas en el interior con Raúl H. Evangelisti; las guitarras de Julio Martínez Oyanguren y Baltazar Benítez, y el piano de Ceferino Alburquerque recorriendo el mundo con el ritmo del jazz.

La música popular con César Zagnoli, Pascual Navatta y sus hijos, Pedro Larrique, los Hermanos Santini, Mario y Carmen Vidalín, Pedro Machín, Weisman Sánchez Galarza, y la creación del mayor Festival de Folklore del Uruguay ya hace casi cinco décadas.

La recuperación y promoción de la cultura de origen afro, la reivindicación de sus creadores locales y la proyección de la misma en las Llamadas del Interior.

Las creaciones de la plástica con Adolfo Pastor, realizador del escudo de Durazno, la obra de un duraznense por adopción como Claudio Silveira Silva de proyección mundial; la escultura con Bernabé Michelena, entre tantos otros insignes artistas.

La enumeración de todos los creadores sería extensa, y vale reconocer la presencia de varios duraznenses en el concierto internacional y en diferentes áreas de la ciencia y el intelecto.

Hoy Durazno vuelve a mirarse en el espejo de su pasado pleno de realizaciones, no para vanagloriarse sino para proyectarse en un futuro donde se continúe con esa imperiosa construcción permanente y obligada que recoja el espíritu de aquellos fundadores.

Los sucesos de la historia, tanto en la escala de lo macro como en las múltiples historias de lo cotidiano y de lo doméstico nutren la realidad presente que se abre hacia el inicio del tercer siglo.

Este bicentenario es una oportunidad para pensar nuevas ideas de desarrollo y de progreso, de bienestar y de justicia, y para emprender otro nuevo tramo de una historia que nos contiene y nos compromete.