Descubren nueva pintura rupestre en Maestre Campo.
Arqueólogos encuentran una nueva pintura rupestre de mil años que se suman a otras diez descubiertas desde comienzo del siglo pasado y las más recientes por la Arqueóloga Elena Valvé.
El Diario El País publicó una extensa nota que nos permitimos reproducir en forma textual. Es importante destacar que previamente charlamos con el Historiador Oscar Padrón quien avaló el trabajo de los arquélogos de hoy y de ayer, en la búsqueda de tan importantes testimonios.
“Los arqueólogos Andrés Florines -docente de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República- y Arturo Toscano encontraron una pintura rupestre, inédita hasta ahora, en la localidad de Maestre de Campo (departamento de Durazno) que, al menos, tiene mil años de antigüedad y es testimonio de los grupos y poblaciones que habitaban el territorio y, por lo tanto, recomiendan que sea declarada Monumento Histórico Nacional (MHN) para garantizar su protección.
La primera documentación de las pictografías de Maestre de Campo data de inicios del siglo XX. “Las encontró uno de los primeros odontólogos que tuvo Uruguay”, recuerda Andrés Florines. El hombre en cuestión fue Agustín Larrauri, quien presentó ilustraciones en el Primer Congreso Argentino de Ciencias Naturales. Allí dio a conocer la más famosa: “La del muñequito”, una posible representación antropomorfa (los rasgos antropomorfos son sutiles: esbozo de cabeza, tronco y extremidades esquemáticas).
Durante las décadas siguientes, la zona se vio impactada por la extracción de piedra, lo que arruinó algunas de las pinturas. En la década de 1950, cuando fueron estudiadas y fotografiadas por José J. Figueira, ya se constató que una había sido destruida. Cuatro décadas después, se tuvo una de cal y una de arena: una pintura no pudo ser de nuevo localizada, pero se dieron dos nuevos registros.
La Comisión del Patrimonio Cultural de la Nación posteriormente documentó otras cuatro pinturas pero pasó más de una década hasta que Florines y Toscano encontraron la que estaba perdida y otra completamente desconocida: una composición de rombos concéntricos, líneas entrecruzadas y escaleras que fueron plasmados en una roca de granito en una superficie de 40 centímetros por 95 centímetros entre 1.000 y 1.500 años atrás y que se veía a simple vista.
“Haber encontrado una nueva pintura advierte que todavía este lugar tiene muchos testimonios que pueden aparecer”, dice el docente de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
Los arqueólogos también encontraron dos viejas taperas (viviendas rurales de barro, sin construcciones de piedra o mampostería de ladrillo) que interesa su registro para la historia local.
Con 11 pictografías, Maestre de Campo es la segunda localidad en importancia en pinturas rupestres en el país; el primer puesto nadie se lo discute a Chamangá (departamento de Flores), donde se conservan más de 40 ejemplos que funcionaron como marcadores territoriales; de estos se obtuvo el fechado absoluto para una ocupación humana en el área: unos 830 años.
Diseños complejos.
El motivo de la nueva pictografía es geométrico-abstracto. Y si usted está tentado en compararla con los caballos, bisontes y cazadores de las cavernas europeas con la idea de que lo figurativo es más avanzado, sepa que Florines se pondrá en contra. “Que tengamos un arte geométrico-abstracto no nos hace berretas”, apunta.
Y argumenta: “Nos asimila, en la historia de la humanidad, a un pensamiento más complejo”. El arte rupestre uruguayo se relaciona con la tendencia “geométrica abstracta compleja” (o estilo de grecas de expresión Pampa-Patagónica) que presenta cruciformes, escaleras, figuras enmarcadas, rombos y zigzags que forman todo un repertorio de símbolos.
“Hace aproximadamente 2.500 años en la zona del Río de la Plata y litoral del Paraná surgen sociedades complejas, las que enterraban a sus muertos en cerritos o en túmulos, tenían cerámica decorada y esculturas en cerámica. Eran grupos muy distantes de la imagen del charrúa nómade, indómito, primitivo y tosco que solo usaba flechas, cuchillo de piedra y boleadoras. Las pinturas de Maestre de Campo y de Chamangá eran el espíritu de la época de sociedades en proceso de hacerse más complejas”, explica.
Toscano insiste en que, aunque lo parezca, este hallazgo no fue azaroso. Ambos arqueólogos estaban realizando un estudio de impacto (o de arqueología preventiva) en un campo de la zona que iba a ser forestado. Lo cierto es que, uno, el sitio se conoce desde hace un siglo y hace un poco más de una década que no aparecía nada nuevo; y, dos, el área que debían examinar, “palmo a palmo”, era de otro propietario.
“El afloramiento rocoso estaba en el campo vecino sobre el cual no teníamos permiso para entrar; pero, obviamente por nuestra experiencia, dijimos que eso no se nos podía escapar. Nos metimos y nunca imaginamos que esa incursión iba a terminar en un hallazgo tan importante como este”, cuenta a Revista Domingo. Y añade: “No son cosas fortuitas. Esto es un trabajo que pone de manifiesto la constancia, la perseverancia y un método que procura ser exhaustivo”.
Una investigación de este tipo requiere un estudio de gabinete previo por el que se analizan imágenes aéreas y satelitales para identificar los afloramientos de granito y georreferenciar bloques aislados o conjuntos. Cada roca luego es examinada individualmente. Si está cubierta con líquenes se procede a su remoción química.
En el caso que exista duda respecto a la percepción de eventuales trazos muy desvaídos, se aplican técnicas de manipulación digital de imágenes, las cuales han demostrado hacer visibles trazos de pintura que no lo son a ojo desnudo.
Hecho el descubrimiento y hechos la documentación y el trámite ante la Comisión del Patrimonio Cultural de la Nación, los arqueólogos lograron que se establezca un radio de protección que va desde los 200 metros hasta los 350 metros no solo para esta pintura sino para todo el conjunto. En 1995, cuando se declararon Monumento Histórico Nacional (MHN) algunas de las pictografías de Maestre de Campo, se ordenó un radio de 80 metros, lo que permitió que la forestación se acerque peligrosamente a los testimonios del pasado.
“No son cosas fortuitas. Esto es un trabajo que pone de manifiesto la constancia, la perseverancia y un método que procura ser exhaustivo”.
Una investigación de este tipo requiere un estudio de gabinete previo por el que se analizan imágenes aéreas y satelitales para identificar los afloramientos de granito y georreferenciar bloques aislados o conjuntos. Cada roca luego es examinada individualmente. Si está cubierta con líquenes se procede a su remoción química.
En el caso que exista duda respecto a la percepción de eventuales trazos muy desvaídos, se aplican técnicas de manipulación digital de imágenes, las cuales han demostrado hacer visibles trazos de pintura que no lo son a ojo desnudo.
Hecho el descubrimiento y hechos la documentación y el trámite ante la Comisión del Patrimonio Cultural de la Nación, los arqueólogos lograron que se establezca un radio de protección que va desde los 200 metros hasta los 350 metros no solo para esta pintura sino para todo el conjunto. En 1995, cuando se declararon Monumento Histórico Nacional (MHN) algunas de las pictografías de Maestre de Campo, se ordenó un radio de 80 metros, lo que permitió que la forestación se acerque peligrosamente a los testimonios del pasado. Su colega, por su parte, sostiene que la naturaleza de su trabajo es “la incógnita”: nadie puede decir que no hay pinturas rupestres u otros registros arqueológicos en su terreno hasta que no se haya hecho un estudio de arqueología preventiva. “Nadie puede decir que no”, asegura, y afirma: “En Maestre de Campo hay mucho potencial”.