El “Pocho Colmán”, con pasos largos, pero con trayecto no tan recto, con un cigarro armado grueso que casi se perdía en su boca y su clásica gorra con visera,  pasó saludando a los niños que salían a esa hora de la Escuela 2 y llegó a las puertas del bar Colón.

Eran varios los parroquianos a esa hora del mediodía y “El Mito” no daba abasto llenando las copas.

“El Pocho” que no tenía una moneda en el bolsillo, comenzó un relato imitando a Solé, con una emoción como si estuviera viendo la final de Maracaná y la garganta destrozada por el tabaco y el alcohol, provocaba un esfuerzo que se notaba en las venas del cuello, inflamadas al máximo.

Cuando el grito de gol llegó a su culminación, un aplauso surgió desde la barra del bar y no demoró en llegar a sus manos el primer vaso de vino. Y, aunque en aquellos tiempos no existía el ripley, repitió varias veces el mismo gol y otras tantas vació los vasos de sus ocasionales escuchas.

Un rato más tarde, disfónico y tambaleante, regresó a su casa para una siesta que se extendería hasta el otro día.

Despertó tarde y salió hacia el centro. Era feriado, y no había niños en la escuela y el Bar Colón estaba cerrado. Se dirigió a 18 de julio y por esta llegó a la esquina de la Plaza Sarandí para a afirmar sus codos en el ventanal del Bar 18.

Estaba lleno. La clientela de Mauccione ese mediodía era de decenas de gente de campo. Había una actividad campera por la tarde y muchos hicieron un alto en el camino, luciendo sus mejores pilchas camperas.

“El pocho”, tan rápido y preciso como el gol de Ghiggia que solía relatar, comprendiendo la personalidad de su auditorio, comenzó un nuevo relato. Pero no un gol. Revivió una jineteada de primera, con vuelta de honor incluida.

Fue tanta la emoción y alegría de los parroquianos que la provisión de vino “para el artista” superó largamente a la del bar del Mito y solo volvió a su casa cuando apenas pudo esbozar un último relincho…

*Fotos del archivo de Disman Anchieri