La foto de Álvaro Pucurull nos recuerda y rescata una imagen común hasta la década del 50, las lavanderas en la orilla del río: en el Puerto de los Barriles, en el Arenal o en el Paso Viejo.

Máximo Martínez Irrazábal, un duraznense que nunca olvidó el pago, en su libro “Chumingo, el Indio y Yo”, dedica emotivas páginas a su humilde y a la vez rica vivencia Yieña, durante los años 20 y tantos, que ilustran con admiración y orgullo el trabajo y sacrificio de mujeres nuestras, que bien merecen ser conocidas y compartidas. Dice así:

“Cada lavandera tenía su sitio fijo ganado por la prelación y por la costumbre. Mi madre acuclillaba más bien al centro de la larga fila. Formaban grupos de compañeras con las Díaz – Geroma, Ramona y Evangelina -…Completaban el grupo, doña María Robato, doña Margarita Gamarra, las negras Tabarez…Hacia la punta lavaban las Negras Macedo, Bruna, también negra y algunas mujeres del Cuartel.

Se instalaban a la salida del sol hasta pasado el mediodía. En verano con el solazo abrasándolas; en invierno ateridas, las carnes moradas. A la mañana tenían que romper la escarcha con las palmetas, pues el río hiela en las orillas.

Jabonada y refregada la ropa era blanqueada con añil. Se torcía entonces y se llevaba a lo alto de la barranca a tender sobre el monte de ñangapirés, de ramaje suave, que no enganchan ni destrozan.

A la espera que secara hacían fueguito matrero para matear.

Al cabo juntaban la ropa y regresaban a la media tarde a continuar en las casas con el planchado… Salvo las piezas menores, las ropas se usaban duras de almidón, ya fueran sábanas, manteles, calzones o ropa externa de vestir. Luego con la mesa preparada, con la frazada abajo y una sabanita arriba, comenzaba el planchado propiamente dicho. El ante diluviano planchón, calentado a carbón. Cuando el carbón era bueno, seco y duro, bien. Pero cuando se iba en carbonilla, blanda como de sauce, ¡había que lidiar tanto para terminar el planchado como para prevenir que no se ensuciaran las piezas con cenizas!

Los días de entrega de ropa limpia y planchada y retiro de la sucia, se arreglaban vestido y peinado, y allá marchaban con los atados a la cabeza, mantenidos con raro y seguro equilibrio. Las patronas generalmente las recibían con agrados de bizcochos o dulces, en tanto tomaban y daban cuenta del trabajo. Mi madre lavaba y planchaba para no menos de cinco familias de un promedio de seis integrantes cada una. Las otras viejas, más o menos.

Completada la jornada, … más allá de la cena, aquellos cuerpos caían como piedra en la blandura del colchón. Recuerdo a mi madre a medianoche, luego del primer sueño, en camisa, con una lamparita a queroseno, revisando nuestros sueños.”

Ayer y hoy. La historia de un pueblo, grande o chica, siempre la hace su gente.

 

Material publicado por el Mtro. Disman Anchieri en Facebook – “Fotos antiguas de Durazno”