Cementerio, territorio de memoria urbana e identidad.

Los cementerios son parte del patrimonio tangible e intangible de una comunidad como representación de los valores e ideologías, sustentado por ellos. Los cementerios, más allá de su función específica, son lugar de memoria que resguardan el pasado y permite la construcción de una conciencia histórica en permanente actualización.

Las imágenes de la muerte, las formas de morir, las formas de sepultar, las formas de recordar, las formas de los duelos, sus manifestaciones en el arte, en la arquitectura y el urbanismo cambiaron a lo largo de la historia. Esos cambios revelan transformaciones de las ideas que el hombre construye sobre sí mismo, sobre los otros, sobre la naturaleza, sobre sus concepciones filosóficas, políticas, sociales y económicas.

El cementerio, la ciudad de los muertos, es una representación simbólica de la sociedad que lo genera; una mirada retrospectiva de las ciudades permite reconocer diferentes prácticas en la concepción y objetivos de los cementerios

Enterramientos en el tiempo.

Las culturas engendran modos diversos de pensar la muerte y los espacios funerarios albergan y encarnan estas cosmovisiones y sus materializaciones. El hombre es la única especie que Los cementerios, territorios de memoria urbana e identidad, entierra a sus muertos y que los deposita en edificios o lugares expresamente realizados para ello.

Los enterramientos más antiguos tienen más de cuarenta mil años lo que indica que el culto de los muertos nos suministra una de las más antiguas informaciones sobre la presencia humana en la Tierra y de la constante relación de la cultura y la muerte. “La tumba es uno de los primeros monumentos humanos, no hay cultura sin tumba, ni hay tumba sin cultura”.

Las variaciones sociales ante la muerte son lentas y se sitúan entre largos períodos de inmovilidad. La coexistencia de los vivos y los muertos, la ubicación de las sepulturas, las formas de las mismas, los ritos funerarios, su relación con los centros urbanos, con la vida social y cotidiana también ha ido mutando con el transcurso de la historia. Esos cambios afectaron no solo expresiones superficiales, sino que revelan transformaciones de las ideas que el hombre construye sobre sí mismo, sobre los otros, sobre la naturaleza, sobre sus concepciones filosóficas, políticas, sociales y económicas.

No se muere ni se es sepultado de la misma manera en los diferentes niveles sociales, mucho menos en una sociedad donde los fuertes valores jerárquicos se han instalado. La muerte como la vida es clasista y esto trae aparejado importantes variaciones en el tratamiento de los muertos. Desde el período colonial en donde los cementerios estaban incorporados a los conventos a la ciudad moderna se adoptan distintas formas de afrontar la problemática. Durante la época de la colonia no había cementerios; las personas distinguidas o pertenecientes a alguna orden o cofradía eran enterradas dentro de las iglesias, el resto de la población en sus patios o en alrededores de los conventos.

El cementerio ha sido definido por Sempé, Rizzo y Dubarbier, como “un lugar de memoria social, y como tal, un testimonio permanente de las creencias, costumbres e historias de la comunidad a la que pertenece y representa”.

Existe una opinión común que el cementerio es un lugar donde las cosas ya no cambian, pero esta institución es una entidad dinámica de alto contenido simbólico y de resignificación permanente que manifiesta en formas muy concretas el sistema de pensamiento, creencias y estructura de la sociedad a la que pertenece y trasciende.

Leer los cambios producidos en las ciudades a través de sus cementerios públicos, que componen una parte insustituible del patrimonio cultural, permite a los individuos y a la sociedad invocar un pasado a través de la tangibilidad de las expresiones funerarias permitiendo renovar los principios de identidad y raíces en acciones que posibilitan la construcción de un imaginario que es patrimonio de la memoria colectiva.

La salvaguarda del patrimonio arquitectónico, urbano y territorial sólo es posible cuando la sociedad asume como algo propio y valioso ese patrimonio. Este patrimonio es un bien cultural de carácter social que atañe a la memoria colectiva.

La defensa del patrimonio urbano-arquitectónico, como bien común, no debería quedar reducida a su cuantificación y conservación física, sino que debe implicar su revalorización y este hecho supone su puesta al servicio de la sociedad en su conjunto, para su uso y disfrute.

  • María Lucía Fernández, Oscar Asís, Claudia Turturro

Fotos: Panteones en el Cementerio de Durazno.