Por Jesùs Correa

No pude resistir. La escuela está de cumpleaños y estuvimos allí.

Y cuando vimos aquellos viejos bancos que reposan sin destino en un depósito de la escuela, me pareció que uno de ellos era el mío, aquel donde me senté por primera vez ante una maestra y donde al poco tiempo aprendí a escribir “mamá”.

Y aunque con más años y menos pelo, sentí la misma emoción y me pareció escuchar la voz de mis maestras: Olga Gamboa, Griselda Matonte, Reina Cawen , Víctor L´taif…

Son contadas las ocasiones que la vida nos presenta en las que un acontecimiento pueda conmovernos vivamente. Esta es, sin duda, una de ellas. Más aún, me atrevo a asegurar que del primero al último de los que han pasado por las aulas de la Escuela 2,  ha sentido una sensación muy honda en este aniversario 190.

Esta Escuela, en el que prácticamente conformamos la personalidad que nos acompañaría el resto de nuestros días. Porque la escuela no es solamente el edificio, no es solamente sus maestros, no es solamente lo que aprendimos, no es solamente la multitud de recuerdos mil veces rememorados. Porque la Escuela no es algo que pasó sino que sigue siendo y que, en la mayoría de nosotros, está mucho más adentrado en nuestro ser  que las etapas posteriores de la educación.

¡Cuánto pagaría por reencontrarme con mis compañeros de entonces y  volver a interpretar “Pedro y el lobo” o “Mambrú se fue a la guerra” en las fiesta de fin de curso que orientadas por Rosina Sosa nos tenía como “pequeños actores”..!

Los años más alegres de nuestra niñez, los hemos pasado en este nuestro segundo hogar, hogar del pensamiento, guiado por nuestros maestros, en este caso, padres espirituales, quienes hora a hora, día a día, año tras año, han ido cincelando en nosotros, surcos de conocimientos, para que mañana, más tarde seamos profesionales competentes o simplemente  verdaderos ciudadanos , para el engrandecimiento de nuestra patria ,y para el orgullo de nuestros padres.

Los años más interesantes de nuestra vida ,se los debemos a este templo donde aprendimos a escribir las primeras palabras, años gloriosos que jamás se borrarán de nuestra memoria, y que estemos donde estemos, sabremos recordarlos con cariño,  lo cual constituirá también faro de luz para comportarnos con altura por donde quiera que transitemos.