Dos siglos atrás fallecía en Durazno Fray Manuel Ubeda.

Por el Lic. Oscar Padrón Favre

El 4 de mayo de 1823 era sorprendido por la muerte, en la Villa de San Pedro, el sacerdote Fray Manuel Ubeda, de destacada actuación por dos décadas en la región central de la antigua Banda Oriental, habiendo participando de forma decisiva en el nacimiento de la Santísima Trinidad de los Porongos, en la revolución oriental y en los orígenes de la Villa del Durazno, siendo el primer sacerdote con que contaron ambas poblaciones.

Todo hace pensar que nació alrededor del año 1760 en el pequeño caserío de Ubeda ubicado en el antiguo reino de Valencia (alguna vez se ha confundido con la población de Ubeda de la actual provincia de Jaén, en Andalucía). Entró en la orden religiosa llamada de La Santísima Trinidad y de los Cautivos, nacida en la Edad Media con el propósito de rescatar prisioneros cristianos en manos de los musulmanes, denominados moros.

Recibió una importante educación musical, de lo cual nos ha quedado como testimonio la partitura de una “Misa para Día de Difuntos”, a cuatro voces con acompañamiento de flauta y bajo, que tiene la fecha del año 1802. La misma fue hallada en Montevideo en la década de 1950 por el eminente musicólogo Prof. Lauro Ayestarán quien destacando su importancia señaló: “La historia de la música en el Uruguay dentro del orden de los compositores, se abre con la figura de Fray Manuel Úbeda”.

Después de una conflictiva travesía hacia América (la fragata que lo transportaba fue capturada por los ingleses y Ubeda permaneció prisionero nueve meses), llegó al Río de la Plata en 1801. Coincidió ese hecho con la petición que numerosos vecinos establecidos en las costas del río Yí, la Cuchilla Grande y los arroyos Grande y Maciel, elevaron a las autoridades virreinales con sede en Buenos Aires para que se les permitiera construir un templo. Ese vecindario – liderado por el hacendado Francisco Fondar -, expresaba la absoluta falta de auxilio espiritual en el que vivían y se comprometían a levantar un oratorio si se designaba sacerdote.

Inicia su ministerio en estas tierras.

Dando satisfacción a la aspiración de los vecinos, en febrero de 1802, el trinitario calzado Manuel Ubeda fue nombrado como encargado del humilde oratorio enclavado en lo alto de la cuchilla, cerca del arroyo Porongos. Tenía ya más de cuarenta años, una edad que para la época era avanzada, y comenzaba, tal vez – desconocemos su peripecia vital en Europa – su etapa existencial más intensa.

De la fuerte impresión que sufrió al entrar en contacto con la dura realidad de estas tierras –que difería en muchos aspectos de las de su tierra de origen – él mismo dejó un valioso testimonio.

“Aseguro a V. E. que el primer día que llegué a mi destino me hubiese vuelto al no considerar la grande necesidad espiritual de aquellos campos, y lo útil que es el establecimiento de éste oratorio público a la Patria, al Estado y a la Religión. Señor Excmo.: Sin lisonja, en el instante que yo falte no ha de haber Sacerdote que quiera incomodarse a estar solo en un cuchilla en el paraje más pobre del campo, pasando mil incomodidades, pues pasan los quince y veinte días sin poder gustar el Pan, a pesar de tener el cuidado de hacerlo conducir a veces de quince y veinte leguas, sin hallar ver-dura alguna, pues allí sólo se encuentra carne…”. Y expresando su voluntad de iniciar la formación de un centro poblado agregaba: “ lo poco que agencio con las misas y derechos parroquiales lo invierto en aumento de la Capilla, y sus ornamentos, todo esto lo hago y sufro con gusto, y por Dios con la esperanza de que algún día la piedad de V. E., que ha concedido ese gran alivio espiritual a aquellos pobres, les concederá el poderse poblar, y hacer su rancho junto a la Iglesia para poder asistir a Misa y función de ella, pues es una lástima que haciendo un poco de mal tiempo, ya no pueden asistir por no tener donde refugiarse…”.

Pronto también vivió en carne propia la dura oposición de intereses entre poderosos “dueños de la tierra” que residían en Montevideo y reclamaban como propios latifundios extraordinarios y los paisanos de diverso origen que estaban afincados efectivamente en la tierra, siendo ellos quienes acudían a defenderlas cuando el Rey lo demandaba. Por eso la nueva población iba a nacer tan alejada de la imprescindible fuente de agua del arroyo Porongos y de sus montes. Los grandes propietarios siempre se negaban a la fundación de nuevas poblaciones y cuando las aceptaban a regañadientes, reservaban para el ganado las mejores tierras, las ubicadas sobre las costas de los ríos, señalando para vivienda de los más pobres las menos aptas, en lo alto de las cuchillas.

Ubeda pronto se puso del lado de la numerosa grey afincada a la tierra y se transformó en un referente de ese vasto vecindario. Un documento de entonces, donde Francisco Fondar, líder civil de los vecinos, reclamaba el retorno del trinitario, quien había sido llamado a Buenos Aires, destacaba que antes de la llegada de Ubeda “aquellas gentes vivían muy relajadamente…había hombres que no se habían confesado en más de cuarenta años y aún más, otro muchos que no tenían el agua bautismal …y de las muchas mujeres que vivían muy relajadas” pero desde que el sacerdote trinitario había comenzado su tarea “ todos los que aclaman lo quieren, para ser el padre espiritual pues de cerca de dos años que ha estado predicando el evangelio todos se sosegaron , ya no se oye más de robos, ni de muertes y aun de otras desgracias que pudiera haber en aquellos vastos y dilatados campos…”.

Trinidad: homenaje a Fray Manuel Ubeda, primer cura párroco .

Nacimiento de la Santísima Trinidad de los Porongos

Los sucesivos trabajos de Fernando Gutiérrez, Celia Reyes de Viana, Aníbal Barrios Pintos, Andrés París y Oscar Montaño han brindado importante luz sobre el proceso fundacional de la actual capital del departamento de Flores.

Sin duda Fray Ubeda tuvo participación decisiva en el nacimiento de la población de los Porongos, compartiendo méritos junto a Francisco Fondar, como lo han demostrado las investigaciones conjuntas de Montaño y París. En 1804 la poderosa hacendada Inés Durán manifestó por escritura su voluntad de que “hace donación de la expuesta legua y media de terreno en cuadro al referido Fray Manuel Ubeda, para que, previos los permisos de la Superioridad… pueda repartir dicho terreno a los vecinos en el poblado hasta el día y a los que en adelante quisieran poblarse sin excederse de los límites que se señalan, lo que ejecutará en beneficio común, espiritual y temporal…”.

En torno al templo lentamente se fue formando el nuevo centro urbano, el que recibió importante respaldo cuando en febrero de 1805 el Obispo Benito de Lué y Riega dispuso: “Erigimos un nuevo curato en el partido de Porongos, con la advocación de la Santísima Trinidad, y el cual curato tendrá por lindero y demarcaciones el Arroyo Grande, el Yí, el Timote, Cuchilla Grande y Chamizo”.

Papeles de 1810 dan cuenta del papel protagónico que tenía Ubeda en Porongos. Un documento escrito con ánimo de desacreditarlo señalaba que “sus cuidados parece se dirigen más a Comerciante que a Patrón de Almas”, que concentraba “en sí todo el Gobierno Político y Militar, habiendo en el partido sujetos de carácter que pueden ejercerlo, pues el citado Alcalde Calatayud es hecho a sus solicitudes”.

A pesar de las críticas, su decidido compromiso con su vasta feligresía que tenía epicentro en la población de los Porongos, se vio ratificado desde el inicio de la Revolución libertadora. Durante el Éxodo del Pueblo Oriental a la margen occidental del río Uruguay, desarrolló una intensa actividad, auxiliando al enorme número de familias emigradas. Seguramente también actuó como capellán de las fuerzas militares, especialmente de las milicias porongueras que lideraba el valiente Baltasar Vargas.

De su relevante actuación dio cuenta el periódico “La Gaceta” de Buenos Aires, en enero de 1812, cuando afirmaba con palabras llenas de patriotismo y premonición: “los inmortales curas don Santiago Figueredo y el Padre Fray Manuel Ubeda, cura de Porongos, español de Valencia y de cincuenta a sesenta años de edad, cuyos nombres pronunciará con asombro y veneración la más remota posteridad, nos dicen desde las márgenes del Uruguay, que saben ser párrocos sin dejar de ser ciudadanos, y que respetan los derechos de la patria, a la par de los augustos derechos de la religión. A estos principios brillantes corresponde la instrucción y doctrina que ofrece incesantemente a los soldados y familias del valiente ejército de Artigas”.

En los orígenes de Durazno.

El desarrollo de la revolución lo acercó al entonces coronel Fructuoso Rivera y por 1820 se transformó en capellán del Regimiento de Caballería que comandaba dicho jefe, denominado después Regimiento de Dragones de la Unión. Y cuando poco después se iniciaron los trabajos fundacionales de la Villa del Durazno junto al Yí, actuó como su primer sacerdote. Si existieron ceremonias fundacionales, como lo afirma Huáscar Parallada, sin duda Ubeda fue quien tuvo a su cargo el aspecto religioso de las mismas.

Lo cierto es que en ese año 1821 la mayor parte del mismo estuvo ausente de la Villa de Porongos, como queda de manifiesto en los registros parroquiales. Es posible que haya acompañado a Rivera en varias de las importantes acciones para pacificar y ordenar la campaña, especialmente al norte del río Negro. Su prestigio puede haber ayudando a trasladar familias hacia la nueva población, en especial a la sufrida población indígena de las Misiones, muy afecta a los sacerdotes, que había emigrado en 1820 y que en parte se iba a radicar junto a la proyectada Villa del Durazno.

También el gusto por los caballos parece que estrechó aún más la amistad entre Fray Manuel y don Frutos, como consta documentalmente, tal vez teniendo hasta algún parejero en sociedad pues eran apasionados por las carreras. Después de dos décadas de residencia constante en el interior del territorio oriental, Ubeda era un auténtico “cura gaucho” en todos sus términos, en un interesante proceso personal de inculturación que protagonizaron otros clérigos llegados desde Europa. También, como en casos similares, había alcanzado una sólida posición económica.

Todo hace pensar que la construcción del templo del Durazno, ubicado frente a la plaza fundacional, llevó algún tiempo, pues por varios meses los registros de bautismos, casamientos y fallecimientos se realizaron en los libros de la Parroquia de Porongos. La primera partida existente en el Archivo de San Pedro que ha llegado hasta nosotros es la de un bautismo y comienza expresando: “En este pueblo de San Pedro, hoy, diecinueve de setiembre de 1822…” y la firmó Fray Manuel Ubeda. Puede interpretarse ese registro como testimonio que para entonces el templo había sido inaugurado y bendecido por Fray Ubeda, bajo la advocación de San Pedro. Al nominarlo así se rendía un homenaje al príncipe regente Pedro de Braganza, quien acababa de declarar la independencia de Brasil respecto a Portugal, transformándose en el emperador Pedro I.

Su fallecimiento.

Pese a su avanzada edad, que superaba las seis décadas, periódicamente se trasladaba desde Porongos hasta el Durazno para atender espiritualmente a las familias que poco a poco se iban estableciendo en la población y a los soldados y familias del Regimiento de Dragones. Como su capellán, también acompañaba las marchas de esa importante unidad.

En ocasión de una de esas visitas periódicas, el 4 de mayo de 1823, la muerte lo sorprendió. En la Villa, aún niña, debió producirse una conmoción. El venerable sacerdote español, que estuvo por más de dos décadas al servicio de las feligresías rurales más humildes de la zona central de la Banda Oriental, fallecía, al parecer, de forma repentina. Días después el Fray Pedro Elías, sacerdote auxiliar de Ubeda en Porongos, informaba:

“Con fecha 5 del presente [Mayo] a las nueve y media de la mañana recibí chasque del Durazno dándome parte de que el día anterior había muerto el Reverendo Cura Padre Fray Manuel Ubeda , y que pasase allá para hacerle los funerales: al momento dispuse viaje , y juntos con el Señor Alcalde , albacea del difunto y algunos vecinos llegamos por la tarde , y después de haber descansado un rato dimos principio a los funerales , los que fueron con la mayor solemnidad posible , así como la Misa de cuerpo presente al otro día…”. Y al regresar a Porongos el sacerdote Pedro Elías registró: “Año de mil ochocientos veinte y tres, día cinco de mayo el Rdo. P. Fray Miguel Ruis en el Durazno, dio sepultura Eclesiástica con entierro mayor cantado, oficio y misa de cuerpo presente y varias posas, al cadáver del adulto y Rdo. Cura de esta Parroquia Fray Manuel Ubeda Religioso Trinitario, que murió ayer de enfermedad natural de edad sesenta y más años…”.

Por entonces estaba extendida una epidemia de viruela en varias zonas de la Cisplatina, pero el hecho de que se le realizaran todas las honras públicas y la constancia de que falleció de “enfermedad natural” parece descartar que aquella epidemia haya sido la responsable.

Su fallecimiento provocó profunda consternación en sus feligreses. Por eso autoridades y vecinos de Porongos acudieron raudamente para estar presente en las exequias. “El extinto era el primer ciudadano de Trinidad, su fundador, que había derrochado su pasión apostólica en el medio durante 20 años, pastor querido y reverenciado” dice Huáscar Parallada.

Era la primera figura de destaque que fallecía en la Villa junto al Yí, y las ceremonias, que no podían ser ostentosas por la precariedad del ambiente sampedrino, sí debieron transmitir el sincero pesar de su grey cristiana: “Entierro mayor cantado, oficio y misa de cuerpo presente y varias posas…”. Seguramente los indígenas misioneros residentes en la población hayan tenido participación decisiva en estas exequias entonando los cantos litúrgicos, como apenas un año después lo presenció el sacerdote Juan Antonio Salas en idénticas circunstancias: “una parte de ellos, con su libro en mano, cantó el oficio de difuntos con mucha pausa y apropiado tono. Se cantó después la misa, y los mismos indios, en uno de los libros corales dejados por los Padres Jesuitas, acompañaron al sacerdote con el canto gregoriano, muy bien entonado…”.

Su cuerpo debió ser enterrado en el cementerio ubicado junto al templo de San Pedro.