Por Carlos Fariello.

El río que no sabe de fronteras

despliega un sinsentido

y arrastra en la quietud de la noche

historias y secretos,

el reflejo de las lunas alumbrando desde el tiempo de las flechas

las penas y los sueños

que acunan desde siempre las estrellas.

Nada de agua pequeña,

de pronto se convierte en un gigante

genioso y prepotente

que cubre los arenales

ahogando los caracoles

y agitando los peces

Yí de mis amores

de verde savia y pitangas

hoy te vuelves inmenso

mientras la tarde se cuaja

en el canto de algún jilguero.